La intensidad de algunas experiencias recientes me sobrepasa. Textualmente. Y cuando aún no he rumiado el impacto brutal -en el mejor sentido de la palabra- del "true movement" de Arawana Hayashi hace unos días en Madrid, llega una segunda bala de alto calibre: un workshop, hoy, en Bilbao, con setenta personas en sala durante tres horas de duración, sin más power point que mi varita mágica, las matrioskas, el diábolo (recién incorporado al arsenal de artilugios metafórico-conceptuales que utilizo) y los dos papelógrafos que al principio desconciertan a los asistentes.
El caso es que la... ¿dulzura? del entorno que me rodea últimamente -diríase el cuidado de los detalles- sobrecoge con la resonancia de lo que el mundo pudiera ser si todos nos tratásemos siempre y en cualquier rincón del planeta con respeto y suavidad.
Las dinámicas en sala ponen de manifiesto la falacia de que el hombre sea un lobo para el hombre (*). ¡No! Las dinámicas en sala-fábrica-despacho-pabellón desmienten que hayamos olvidado la frágil humanidad que nos habita. Entonces -cabe preguntarse- ¿cómo hemos llegado al "círculo vicioso" que padecen nuestras organizaciones productivas? ¿cómo hemos creado tanto sufrimiento innecesario en las empresas? ¿a qué viene tanto ataque de ansiedad, depresión y stress físico-mental-emocional?
(*) Pensamiento atribuido al filósofo inglés Thomas Hobbes.
Hacen falta espacios de aprendizaje. Más que el aire, los humanos necesitamos parar, mirarnos a los ojos y conversar sin juzgar. En definitiva: abrir la mente, el corazón y la intención a cambios positivos en nuestra vida.
No hay un solo lugar o situación en el que las personas no acepten con alivio el desafío de aprender, contrastar, probar y compartir. El animal social que somos y el alma que tímidamente se esconde en nosotros desean expandirse en plenitud en la vida y los negocios.
La intensidad de algunas experiencias positivas recientes me sobrepasa, y mientras las rumio cojo carrerilla y me lanzo como una loca -una auténtica loca- a diseñar proyectos porque el hombre no es un lobo para el hombre... y me pongo a pulir manuales que construyo con lentitud geológica (porque el hombre -que no es un lobo para el hombre- tiene sed de cambio)... y escribo, escribo y escribo mientras las emociones -que apuestan por apuntalar lo mejor de nuestra civilización- ¡me desbordan!
Ultima Hora: Mi colega Germán Gomez -que acudió a la jornada- ha escrito en su blog un post que agradezco. Para leerlo pinchar aquí.
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