viernes, 1 de enero de 2021

La fórmula de la felicidad

 

Si maldecimos el 2020 por un sólo factor diferencial ¿por qué no bendecimos los veinte años anteriores? -me pregunto mientras camino por los bosques vascos el primer día del 2021-.




En el 2020 he perdido a tres seres cercanos, ninguno por covid. Podría repudiar el 2020. No lo hago. En el año que dejamos atrás han ocurrido acontecimientos dolorosos y otros plenos de gozo: han nacido niños, se han creado empresas y publicado libros y hemos integrado nuevas maneras de trabajar y relacionarnos. Diríase que se trata de una muestra de las dos caras de vida cuyo devenir resulta impredecible. 

Ascender un monte cercano el primer día del año es una tradición vasca ancestral, como saludar a cada persona con la que te cruzas en el sendero y honrar el bosque cuya fuerza estuvo, está y continuará cuando todos nos hayamos ido. La ascensión de un monte tiene un matiz sagrado cuya fuerza inspira mi vida y mi trabajo muchos días después. 

En el descenso recuerdo la fórmula de la felicidad que me explicó Martin Seligman en un congreso. El profesor de la Universidad de Pensilvania (experto en pensamiento positivo) es un ferviente defensor de la fórmula 50- 40-10 cuya escueta explicación es que somos tan optimistas/pesimistas como nuestra genética (en un 50%). Somos tan optimistas/ pesimistas según las circunstancias (en un 10%) en tanto que el 40% de la percepción de felicidad o amargura depende de cómo interpretamos y respondemos a lo que acontece. ¡Ahí radica nuestra libertad! También nuestra responsabilidad y -finalmente- la manera en la que etiquetamos un año, una empresa, una familia o un trabajo. Esa es la magia y el margen de maniobra del que disponemos según la neurociencia: el 40% nos pertenece y tenemos todo un año por delante.


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