Existe una pieza llamada alma que lo es todo en un violín. Lo he descubierto esta mañana en el número 23 de la calle Achalmstrabe de Stuttgart (Alemania) donde trabaja el famoso luthier Antoine Muller.
Los artesanos de estos bellos instrumentos musicales manejan con primor el alma de los violines porque de ello depende en buena parte su sonido.
Es una pequeña pieza situada en el corazón mismo del instrumento, dentro, entre ambas tapas de madera. Se trata de una diminuta pieza delicada y fuerte a un tiempo.
Desde el exterior se manipula sin abrir la caja,con exquisito cuidado. Si no tienes el honor de ser testigo del manejo del alma por parte de un experimentado luthier, es complejo imaginar los micro-movimientos que realiza el artesano más conectado a la abstracción de la sensibilidad en estado puro que a la materia. Y sin embargo
-insisto- de la precisión del alma dependen en gran medida la sonoridad del violín, es decir, en términos productivos, su eficacia.
Los seres humanos también tenemos alma.
Los Coaches, como los luthiers, trabajamos a partir de esa etérea materia prima: el alma, lo más recóndito, lo más sagrado, lo más fuerte y lo más sensible de las personas y las organizaciones... El alma.
Algunos lo llaman Misión-Visión y Valores de las empresas y, ciertamente, algo hay de ello cuando los equipos trabajan sobre sí mismos -acompañados de un Coach- buscando en las entrañas de la organización la esencia misma, el motor, el sentido último del proyecto productivo.
Fred Kofman (Conscious Business), a quien soy adicta, lo resume en el concepto "Success beyond the Success" o "Éxito más allá del Éxito", del logro de objetivos medibles en cifras de varios dígitos alcanzables a corto plazo.
Me gusta sentir que parte de mi trabajo se aproxima al alma de las organizaciones, algo intangible, delicado y fuerte a un tiempo, que da sentido a todo lo demás y de lo que en buena parte depende la pervivencia, el eco ¿la sonoridad? de las empresas en un entorno cambiante, rápido, competitivo y transfronterizo.
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