jueves, 2 de julio de 2009

De viaje

A bordo de un tren regional (rojo, limpio y de dos pisos) se llega en diez minutos a Ludwigsburg desde Stuttgart (Alemania), un lugar en el que el tiempo parece haberse detenido en favor de una vida auténticamente bella. No es sólo por el famoso palacio barroco y sus jardines -ver álbum Picasa- sino por la plaza del mercado con verduras de colores imposibles: acelgas con tronco rojo fuerte, amarillo intenso -ver foto-. No es sólo por las galletas gigantes redondas y blancas con tres círculos de mermelada roja que te sirven con el café en bandeja de plata con tapetito de puntilla. No es sólo que desde hace trescientos años (1709) las personas vivan allí con el glamour propio de la capital del ducado.

Ocurre que muchas tiendas venden teteras orientales, cerámica inimaginable, papelería imposible de soñar y juguetes de madera que ni Gepeto en sus mejores sueños hubiera podido crear. He comprado algunas cosas: una especie de mazo madera rústica para regular las intervenciones orales en los entrenamientos de los equipos de empresa (se pasa de uno a otro respetando escrupulosamente el turno de palabra); mermeladas artesanas que ni el mismísimo Kaiser y papelería de oficina propia de la amante del conde Ludwig- noble que mandó construir el vistoso monumento y que vivió con ella durante largas temporadas en las estancias palaciegas-.

No es sólo eso. Tiene unos jardines -ajenos al recinto del palacio de Ludwingsburg- en los que puedes introducirte en un árbol vivo -ver foto-, jugar con trozos de madera de colores e inspirarte -pidiendo un deseo- en un tótem altísimo (unos... ¿cinco metros?) -ver álbum Picasa-


Resulta habitual que los alemanes hablen sólo alemán aún cuando sepan otro idioma y te dirijas a ellos en castellano o en inglés. Si insistes, ven tu desconcierto, y además tienen un día amable te hablan en un inglés bastante correcto. La vecina de al lado de mi hija ha venido hace media hora al jardín para felicitarle por su uno en la nota final del postgrado que cursa (aquí representa una matrícula de honor). Para integrarme en la conversación, las dos se han dignado a hablar en un perfecto inglés que si bien entiendo con facilidad no practico tanto como para hacer bromas. Ellas -jóvenes, hermosas, llenas de vida y de proyectos- coquetean con todo, se ríen de casi todo y estiman que pueden abordar el infinito. Yo sé que es cierto.



Tras una cautelosa y diplomática conversación de diez minutos me he retirado sigilosamente a mi lectura sobre "Constelaciones Organizacionales", un complemento teórico-práctico al trabajo que realizo con equipos de empresa desde el Coaching. Fíjense qué hermosa frase del libro de Guillermo Echegaray: "... generar las condiciones que permitan observar adecuadamente el asunto que inquiete al equipo en el marco empresarial..." ¡¡Qué interesante!! ¿No les parece? Voy a retomar la frase despacito: Generar las condiciones que permitan observar... y -desde ahí- pasar a la acción sin la cual casi todo método, herramienta o teoría resulta estéril.



Tres conclusiones rápidas de mi jornada vacacional: Uno, en Alemania -en julio- el tiempo es tan fabuloso como en España. Dos, los pueblecitos del entorno de las grandes ciudades han sabido conservar su encanto y tesoros aportando valor añadido al turismo cultural. Tres, tengo que mejorar mi inglés oral: en cuanto regrese al País Vasco me matricularé en la Escuela de Idiomas. En Europa, sin el manejo suelto, casi perfecto y risueño de la lengua de Shakespeare uno es analfabeto total.

1 comentario:

Socrates dijo...

Pues sí - con respecto al inglés - , una herramienta fundamental para sentirse uno cómodo en cualquier lado.