Son las ocho de la mañana del sábado 25 de julio, festividad de Santiago. Salgo del garaje montada en mi vieja bicicleta Trek. Enfilo el paseo de La Concha: todo el carril de bicicletas para mi sola, algo inusual porque entre semana parece la M-30 (Madrid) en hora punta. Dieciocho grados de temperatura, cielo azul, despejado, que presagia un precioso y soleado día de verano. Me cruzo con algunos jóvenes sudados que cierran su juega nocturna caminando a trompicones y en manada hacia sus casas. Algunos patinadores con casco, rodilleras y cara de velocidad disfrutan como yo del espectáculo: el mar, hoy sereno como una tacita de plata en la que flotan un centenar de yates atracados en las cercanías del puerto. Pedaleo.
Todos los semáforos saludan en verde mi paso animando la jornada que me he propuesto vivir en el despacho: ocho horas seguidas, un bol de frutas y un bocadillo casero y generoso. Aún sobre la bicicleta enciendo el horno neuronal: orden de "On", lo necesito en plena forma para escribir una ponencia de treinta folios, de un tirón. Me cruzo con algunos padres de familia (tienen una cara especial y todos llevan camisas claras de cuadritos) con el periódico, el pan y los croissants para el desayuno. Aparco en el árbol más cercano a mi despacho. El bar de enfrente está aún cerrado, la terraza sin instalar. Un silencio sólido en la calle San Marcial. Las dos puertas del portal cerradas con llave. Subo a 250 grados el horno neuronal. Abro la puerta del despacho y me siento frente al ordenador. Comienzo a cocinar mi pastel.
Pienso en ellos, los asistentes a la ponencia: encorbatados, empresarios, gerentes, jefes de recursos humanos, profesionales liberales, hombres y mujeres ávidos de soluciones al momento actual cuajado -para ellos- de trampas, cuajado -para mi- de oportunidades.
Pienso en los otros, los organizadores: la Cámara de Comercio Industria y Navegación de Bilbao, el Colegio Vasco de Economistas de Guipúzcoa, el Colegio Vasco de Economistas de Vizcaya, y Adegi (la Asociación de Empresarios de Guipúzcoa) todos quieren una ponencia de nivel intelectual, económico y laboral salpimentado de anécdotas, casos y referencias exitosas.
Pienso en los de más allá, la prensa y sus entrevistas antes y después de las jornadas. Quieren carnaza, desde el principio de los tiempos, la prensa se alimenta de emociones fuertes. Habrá que darles un titular amarillo, populista.
Pienso en nosotras, las dos ponentes del evento: Maite y yo, con currículums blindados y estilos heidianos, espontáneos, juguetones, risueños. Las dos profesionales del Coaching, creyentes de sus bonanzas y apasionadas con el invento. Acordamos escribir textos complementarios, equilibrados, discursos digeribles, prácticos.
Gran desafío: tengo por delante ocho horas encerrada en el despacho. Frutitas y bocadillo casero. El horno neuronal lleva media hora encendido. Está a punto, junto con los ingredientes: apuntes, estadísticas, libros, papelográfos, mapas mentales, rotuladores de colores y las manos ágiles para manejar el teclado. Me pongo con ello. Les contaré luego. Al final de la jornada. Y les invitaré a una porción del pastel recién horneado. A la degustación vendrá el apostol. Santiago, majillo, ¡Échame una mano!
1 comentario:
A buen seguro que te echó una mano don Santiago ;)
Y es que ese horno tuyo funciona muy bien, hornea estupendamente y a fuego lento, como se hacen realmente bien las cosas.
Quiero mi parte de pastel!
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