domingo, 11 de enero de 2015

¡Bajo shock!


Veintiún veleros, un yate pequeño y dos lanchas de la cruz roja se cuelan en mi pupila derecha mientras paseo por la bahía de San Sebastián. Las embarcaciones adornan el Cantábrico y La Concha -esa tacita de plata que es mi ciudad de acogida- y permanecen ajenas a la marejada que se agita en mí.

Junto al naranjo que hay en la trasera del Palacio de Miramar una mujer con capucha alimenta a los jilgueros bajo el chirimiri (lluvia fina propia de mi tierra). Del interior del palacio emerge música clásica porque la sede del Conservatorio Superior de Música del País Vasco -Musikene- abre casi todos los días del año. Música de un tiempo en el que las desigualdades -que las había- no eran tan conocidas ni estaban tan documentadas como hoy -un domingo cualquiera al comienzo del 2015- en el que las naranjas se cuelan en mi pupila izquierda y no molestan porque sigo paseando en busca de una inspiración que  me traiga directamente al blog, a ustedes: los lectores.




Atiborrada de prensa económica noto un sedimento de amargura que no es nuevo aunque resulta más estridente que en el siglo XVIII cuando la música del barroco sonaba en los salones del palacio de Miramar. Algunos titulares sustituyen la cruda (y exacta) palabra "desigualdad" por la de "disparidad". Maquillaje para una realidad cuyas brutales cifras se imponen: los hogares españoles son de los que más se han empobrecido entre 2007 y 2011 y en un ranking de 33 países de la OCDE aparecemos como la cuarta nación más pobre. Otro dardo al ojo del ciego que no quiere ver: el paro en Alemania es del 4,8%; en Estados Unidos e Inglaterra ronda el 6%;  y en España ¡un 23,7%! 

Pero ¡seamos optimistas! en el mundo la pobreza extrema disminuye si bien se sigue cebando con África subsahariana e India. 

Al sedimento amargo de la prensa económica sumo las tareas del curso que realizo con la Universidad de Harvard para fortalecer mis competencias como change maker (persona que acompaña el cambio en las organizaciones). 

El curso tiene un hermoso título: Transformando los negocios, la sociedad y a uno mismo. En abreviatura: Teoría U. 

Dedico parte del fin de semana a ponerme al día con las lecturas y el visionado de la película Fire in the blood un film escrito, dirigido y producido por Dylan Mohan Gray (en la fotografía) en cuyo país de origen (India) estuvo cinco semanas en cartelera, todo un récord. 




Las desigualdades económicas de las que escribe Thomas Piketty tienen un volcado dramático cuando se trata de abordar epidemias o enfermedades mortales como el sida -núcleo central de Fire in the blood- porque se pone en evidencia que el diferencial entre vivir o morir no reside tanto en la fortaleza física, edad o credo del paciente cuando de su renta per cápita, y hubo un tiempo -no lejano- en el que carecer de medicamentos como Biozole, ARVS o el AZT  para paliar los efectos devastadores de la enfermedad representaba un viaje irreversible hacia la muerte.

Tras ver el documental -que dura ochenta y tres minutos de entrevistas, música y ritmo pautados- y tomar las correspondientes notas para mis tutores de Harvard, estoy bajo shock. Triste. Golpeada. Tocada. Vuelco para ustedes algunas de las expresiones del film que aún repican en el tímpano de mis oídos:



Genocidio por Negación (del sida, de la ayuda humanitaria, de los medicamentos genéricos). Morir por ser pobreMonopolio (de los medicamentos) durante décadas. El pecado es no tener medicinas accesibles en zonas desarrolladas del planeta. Ocho mil muertes al día, titular del New York Times. Los gigantes de la farmacia dejan morir a miles de personas y un grito ¡comparte tus medicinas! Dieciocho millones de personas han muerto y se podía haber evitado. Hay que presionar para que los cambios ocurran...




Me quedo con la inspiración de un tramo de la última frase: ... que los cambios ocurran, el núcleo de mi vocación, el sentido de mi trabajo en las organizaciones, lo que inspira mi escritura en el blog, los entrenamientos con clientes, el paseo de esta mañana en la bahía, la contemplación de las naranjas y los jilgueros, la lectura de la Teoría U y la relación con mi vecina, Mentxu, que no acaba de entender mi oficio.

3 comentarios:

Antía López dijo...

Bajo ese mismo sabor de shock artificialmente creado por él hombre, leo tu entrada y la de mi amiga Vanessa sobre las palabras de Viktor Frankl, él dice: Cada día estoy más convencido de que el hombre sufre no por lo que le pasa, sino por lo que interpreta.
Me trae a la mente, el ingente número de personas si cabe victimas directas e indirectas(por el dolor ajeno que contenemos) que son pacificas y amorosas, en todo el mundo y que gracias a filosofías como estas, se contentan con ser un poco mejor cada día en sus vidas, algo loable y legitimo, pero que no cambia el sabor del shock como humanidad. Me pregunto si no ocurre hoy, que muchos de los que detectamos claramente el cambio, seguimos divididos en tres bandos. Los que se van hacia su interior y no se plantean nada más, incluso ni siquiera se informan, los que permanecen direccionando su mejor versión hacia el exterior y se culturizan e informan, y por último los que combinan los primeros con los segundos. Me siento pequeña y dudo de si será que el shock es un sabor natural, al que no podemos resistirnos.

Gracias por compartir vulnerabilidades, gran tabú de nuestra sociedad. Un abrazo desde la cornisa atlántica.

Azucena Vega Amuchástegui dijo...


Bueno, Antia, pequeños... ¡somos todos! pero juntos resultamos más voluminosos :-D y quizá podemos hacer más-mejor.

En mi casoel shock no resulta paralizante. Más bien al contrario: tras unos minutos de perplejidad ante el espanto me crezco y sigo hacia adelante con renovadas energías para cambiar lo que puede ser cambiado, aceptar lo que no puede serlo, y tener lucidez para diferenciar una cosa de la otra.

Gracias por asomarte al blog, Antia y por el comentario. Un abrazo.

Antía López dijo...

Gracias Azucena por dejar siempre el sabor de la esperanza, verdadero elixir de vida para los aterrizados.