sábado, 31 de enero de 2015

La Humanidad como un Todo


El caso es que puedo sentirme bien o mal en cualquier lugar, aunque prefiero estar rodeada de helechos y espliego sobre una cama de musgo verdimullido. 
  



Me he despertado a las seis de la mañana maltrecha tras el zarandeo de un sueño que no alcanza a pesadilla pero se le parece. Viene del pasado, se cuela en el presente, y aspira a perpetuarse en el futuro. Un futuro que quiero limpio y con  olor a lavanda. Pero no, se presenta en las fases rem de mi sueño y reclama su cuota de atención ¡hay algo no resuelto! ¡algo que escuchar! en la terquedad recurrente del sueño vinculado a mi etapa al frente de una redacción de periodistas de raza, duros -como yo en aquel tiempo-.

El caso es que después ordenar la casa y los armarios del ayer salgo a caminar por el bosque donde el vendaval ha podado a lo bestia todas las ramas flojas de los árboles y despeinado por completo la hojarasca de los abetos. Media hora después me asomo a la bahía que semeja un naufragio: las tres playas están llenas de palos y bidones traídos por el mar enfurecido -casi rabioso- que golpea el puerto, el náutico y el llamado paseo nuevo que volverá a ser destruido por enésima vez. 

Por fin alcanzo mi guarida: la cafetería Niza donde leo una entrevista realizada en Brooklyn a la cineasta Isabel Coixet: "... puedo sentirme bien o mal en cualquier lugar del mundo..." afirma mientras apura un café en la cocina de su apartamento donde escribe de espaldas al jardincillo para que no le distraigan las ardillas. 




A media mañana llega al despacho un paquete con MRW que remite mi madre desde el Mediterráneo -donde está soleándose como una lagartija-. Con esfuerzo consigo abrirlo sin destrozar el papel decorativo del interior, sin destartalar la minuciosa ubicación de cada objeto y ¡por fin! veo la totalidad de los pequeños tesoros que envía desde Alicante.

Sentada sobre la alfombra no puedo evitar un triste pensamiento: dado que ella tiene 80 años, los objetos que nos envía le sobrevivirán ?!? se quedarán con nosotros mucho tiempo después de que no lleguen más paquetes MRW desde el Mediterráneo, y de que deje de engordar la colección de tarjetas costeras que acumulo. Nostalgia y ganas de apurar el vaso del tiempo con ella, junto a ella. 

La música es importante en nuestra familia porque somos conscientes de que genera estados de ánimo y de  que trenza los afectos y las emociones cotidianas. La música también es importante porque un miembro de nuestro clan es músico profesional, vive al norte del norte (Países Nórdicos) y tocará la semana próxima más de veintiocho mil notas dejándose los dedos y el alma en algunas piezas musicales ante a la reina Sonia de Noruega.

Así que como no podía ser de otro modo, el mantel que llega desde el Mediterráneo está lleno de pentagramas porque mi madre sabe lo importante que la violinista es para mí. Y así se escribe la historia de una saga que (como todas) pervive al vendaval, las mareas, tormentas, cielos encriptados y auroras boreales.




Releo estos días al sabio Bert Hellinger -ideólogo del enfoque sistémico (global) de la vida y los negocios- y descubro que incluso este post está impregnado de su aroma; el aroma-fusión del pasado, presente y futuro como un todo sistémico. El aroma de la abuela-madre-hija como un todo sistémico. La humanidad como un todo. Hermoso. Inquietante. ¡Como el universo!

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