A las ocho de la mañana estaba en la playa de mi barrio, Ondarreta (San Sebastián), y -aunque llovía- he caminado marchosamente por la orilla. No había nadie, bueno... no es del todo cierto porque las gaviotas estaban en grupúsculos sobre la arena dejando sus huellas en círculos concéntricos y alertando de que se aproximaba el temporal.
Aunque mi paraguas es grande, media hora más tarde estaba calada de agua y salitre lanzados en todas las direcciones por el temporal que preveían las gaviotas.
Cuarenta y cinco minutos después he desistido en el empeño de alcanzar la disciplina de mi planning: una hora diaria de caminata.
Destemplada -aunque llena de energía- he entrado en la degustación donde nos reunimos de manera informal todos los café-adictos del barrio. Las mesas estaban ocupadas e incluso la barra se encontraba sin un milímetro de espacio. Entonces me he ido al fondo del local donde un hombre me ha cedido su taburete y ha seguido hablando con sus compañeros. Eran ingleses, les he agradecido el gesto, he tomado mi cortado calentito, sacado el libro y las gafas, y he disfrutado de "mi momento" con la dulzura que deja en el alma un gesto de amabilidad.
Después se han ido y les he vuelto a agradecer el detalle. La cafetería seguía atiborrada y otro hombre a mi lado buscaba el bote de mermelada que le he acercado, y -de ese modo- la amabilidad ha seguido circulando. Gestos. Todo comienza con un pequeño gesto y así se configura un hábito, una vida, un destino.
He vuelto a mi libro: Clown Esencial, de Alain Vigneau, y justo antes de marcharme me ha seducido una frase que comparto: "... Hay lugares en el mundo donde miramos al cielo, y otros, menos frecuentes, donde el cielo nos mira a nosotros...".
Aportación de Marta Pina tras leer este post: video (3´40). ¡Gracias, Marta, precioso!
Aportación de Marta Pina tras leer este post: video (3´40). ¡Gracias, Marta, precioso!
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