En vacaciones mantengo conversaciones interesantes con algunos familiares y amigos. No es que el resto del año no lo haga, sino que la época estival alarga atardeceres y sobremesas propiciando cierta "reflexividad" sobre temas que en verdad importan todo el año.
Una joven profesional de mi entorno se mueve en las esferas internacionales entre tiburones de las finanzas: muchas son las zozobras que le alcanzan, e intensa la curva de aprendizaje. Dando un paseo a orillas del Cantábrico, me pregunto qué opinaba de un asunto laboral que no sabía cómo gestionar. Yo le dije que estaba de vacaciones así que las dos nos reímos con ganas, seguimos caminando, y tras un rato de silencio le dije el consabido (y mágico): ¡cuéntame!
Obviaré los detalles del caso para preservar la confidencialidad y porque no resulta esencial para lo que quiero compartir.
Tres son las cuestiones que conviene tener en cuenta en el contexto profesional que compartes -le dije, justo cuando una ola me alcanzaba el borde del vestido-. La primera, la eficacia, que consiste en hacer bien las cosas: tener competencias y conocimientos que te permitan desplegar tu trabajo de una manera satisfactoria. La segunda, hacer bien lo que hay que hacer, y eso implica visión global, capacidad de análisis, priorizar, elegir, desestimar... hacer bien lo que hay que hacer es una eficacia al cuadrado que mejora radicalmente muchas de las fábricas, despachos, equipos y líderes a los que entreno...
Hice un silencio, le mire inquisitivamente, y -al comprobar que me seguía con genuina atención- le pregunté si quería saber un poco más de mis aprendizajes de los últimos quince años sobre el terreno industrial. Dijo que sí, que ¡por supuesto! que le resultaba muy valioso. Yo opté por creerle y seguí con mi discurso...
A la eficacia de primer y segundo nivel hay que añadir la eficiencia, que consiste en hacer bien lo que hay que hacer ¡con el mínimo desgaste!
¿Qué quieres decir con "el mínimo desgaste"? -me preguntó-. Pues... la mínima inversión de energía, tiempo, dinero, esfuerzo, controversia o lo que fuere. ¡Vaya! dijo, eso sí que es desafiante. Sí -le contesté yo- incluso para los profesionales senior no es fácil precisar cuál es el mínimo a invertir para conseguir lo máximo... Parece un trabalenguas -dijo la joven-. Después nos desprendimos de la ropa y delante del náutico nos dimos un estupendo chapuzón. ¡Verano!
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