martes, 19 de diciembre de 2017

Un cuento de Navidad



Nueve kilómetros caminando sobre la hojarasca y el barro -esta mañana- en paralelo a un riachuelo tan hermoso que dolía.

Podía intuirse el sol al otro lado de una barrera densa de niebla. Imposible ver un árbol a cien metros, mucho menos un corzo que nunca se acerca tanto a los humanos.

A veces robo tiempo a mi agenda para la práctica de lo que los japoneses denomina "baños de bosque": camino en silencio dos o tres horas y alcanzo un inexplicable estado de felicidad que se está haciendo adictivo. A veces tengo ideas creativas para algunos proyectos. Otras disfruto de un encefalograma plano. En ocasiones descubro setas. Siempre oigo a los pájaros. A veces los veo.




De vuelta a casa he parado en un caserío y he comprado dos botes de mermelada de arándanos para hacer una tarta. Siento que la felicidad es esto. Justo esto. Nada más que esto. Las opciones son dos: o me ha dado un siroco, o he alcanzado la iluminación de los maestros budistas. En realidad solo hay una opción. ¡Me vuelvo al bosque!


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