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domingo, 7 de febrero de 2010

The new black

La vida no ocurre como la imaginamos.
A veces, la vida no ocurre como la imaginamos.
Exactamente como la imaginamos, la vida no ocurre casi nunca.
Lo hace mejor, peor, diferente y -por fortuna- en pocas ocasiones los dioses nos castigan concediéndonos lo que les pedimos (homenaje a un maestro budista que antaño conocí). Pensamiento uno de hoy, inconexo del siguiente.

The new black o el nuevo chic es una tendencia londinense vinculada al bello arte de la reflexión sobre la vida con ingredientes del mundo de la literatura, la filosofía, la educación, la espiritualidad y el entrenamiento de adultos de vuelta del sistema consumista y en busca del santo grial. Se reunen -una vez a la semana- en tertulias, paseos, restaurantes y exquisitas aulas en las que se paran a pensar, dialogar, debatir, intercambiar y aprender. ¡¡Lujazo!! quédense, por favor, con el concepto: the new black (ver foto). Pensamiento dos de hoy, inconexo del siguiente.

Olor a resina y madera recién cortada. Olor a cuajo de leche al transitar una vaquería. Tras la lluvia, olor a eucaliptus y pino, los árboles que custodian mi paseo dominical de catorce kilómetros con el horizonte del Cantábrico sereno azul claro. Las prímulas salvajes aún no huelen. Sí lo hacen los pucheros de los caseríos: ajos macerados y pimientos choriceros en cazuela de barro. No puedo verlo... su aroma me alcanza por la espalda según dejo atrás el sendero rural. Erase una mujer a una nariz pegada hoy en un día cuasi-primaveral que alienta hacia los colores claros en la ropa y en el ánimo. Pensamiento tres, inconexo del siguiente.

Me siento heredera de Carl Rogers para quien el ser humano ya posee en sus entrañas todo lo que necesita para alcanzar su brillantez. Los vaivenes de la existencia no hacen sino poner a prueba la infinita capacidad del hombre para superar retos musculando habilidades detectadas (y sin detectar) que se movilizan ante la necesidad, la circunstancia, el peligro o el azar. El llamado padre de la psicología humanista -cercano en sus planteamientos a los de la llamada terapia breve- considera que las personas tenemos recursos para sobrevivir y mucho más que eso: para alcanzar nuestros sueños. Tanto la psicología humanista de Rogers, como la terapia breve de Steve de Shazer e Insoo Kim Berg, se centran un noventa por ciento en la búsqueda de soluciones y un diez por ciento en el problema.


Obsesionada con la busqueda de soluciones, topo -una y otra vez- con la comunicación que ahora mismo me parece la piedra filosofal de casi todo. Aún no tengo desarrollada conceptualmente mi teoría. Sin embargo, les avanzo los hilvanes: según nos hablamos a nosotros mismos construimos nuestro mundo interior: etiquetamos realidades, sensaciones, personas, relaciones... y aunque sabemos que el mapa no es el territorio, tendemos a actuar como si nuestro particular mapa sí fuera la realidad del territorio. De ese diálogo interno con nosotros mismos se derivan algunas consecuencias, por ejemplo: el estado de ánimo optimista si tiendo a utilizar palabras, enfoques, e ideas alegres y potenciadoras, o pesimista si me cebo en las miserias y limitaciones. Comunicación con uno mismo (veinticuatro horas al día, incluso en la inconsciencia del dormir). La comunicación con los otros tiende puentes o dinamita relaciones en el trabajo, la familia, la pareja o el vecindario y conseguir despejar el gap entre lo que se pretende decir y lo que los otros entienden roza la maestría. A ello debiéramos entregarnos como base de una civilizada convivencia. Comunicación con los demás. Por último -y con la importancia que quieran otorgarle- la comunicación con el misterio de la vida (Dios) que se vive desde el compromiso social, la responsalidad corporativa, la religiosidad, el asociacionismo o las contribuciones monetarias o de otra índole a los más desfavorecidos que ¡por cierto! no están todos en Haití. Comunicación con el misterio de la vida. ¿Cómo vive usted todo esto?

jueves, 1 de octubre de 2009

Dos socios y un puente

Viene de la entrada Dos socios y un abismo.
Mesa negra de sala de juntas sobre fondo blanco. Mesa negra, paredes blancas. Árboles en la terraza: un tejo, dos pinos, un ácer japonés, una camelia, dos ficus. Mi despacho. Son las 8.10 de una mañana del mes de julio de 2007. Preparadas las tazas de té, los folios de colores, dos tarros con bolígrafos, el dossier con la carpeta de los clientes, el papelógrafo y mis gafas pequeñitas con montura de pasta roja. Faltan cinco minutos para que lleguen. Son dos, ella supera la cincuentena, él no llega a los cuarenta. Son dos socios de una empresa del metal que ronda los cien trabajadores. Herederos al cincuenta por cien de un imperio al que han decidido sacarle chispas. Son dos, provienen de distintas familias, distintas formaciones, estilos, pulsiones y sin embargo han comprendido la necesidad, la conveniencia, de entenderse, apoyarse y trabajar juntos por el bien propio y de la empresa. Pura practicidad. Trabajan con un Coach durante un año. Construyen puentes sobre lo que otrora fue un abismo... veamos cómo.

Son las 8.14 y no llegan. A mi me da por recolocar las sillas, blancas, ultra modernas, ultra incómodas, de diseño. A mi me da por recordar algunos aprendizajes de mi último curso universitario sobre las dificultades inherentes a las empresas familiares carentes de protocolo, sobre la errónea estrategia de estar igualados al cincuenta por cien, empate técnico a la hora de tomar decisiones. Si/ No, No/ Si... cuan margarita. Bloqueo, salvo que hayan aprendido técnicas de negociación, herramientas de comunicación eficaz.


Ding dong... vienen de la fábrica. Sesión a sesión, cada quince días, durante un año, continúa el entrenamiento, la construcción de puentes. Si en los primeros encuentros se producían careos, miradas desafiantes, desplantes, reproches, chantaje silencioso, carraspeos, toses, amenazas, desaires, groserías, intentos de falta de respeto (que el Coach frenó radicalmente)... En las cuatro siguientes se fueron tomando el pulso y el Coach como testigo, como catalizador de cambios, propulsor de tareas específicas, palanca de encuentros a solas, entre ellos, en la empresa, facilitador de lecturas, emails, propuestas, preguntas, feedback... Hacia la octava sesión comenzaron a producirse cambios. Llegaban juntos en el mismo coche, y espontáneamente hablaban de temas concretos de su negocio, se servían el té el uno al otro, se disculpaban si no habían completado alguna tarea. Fisicamente se sentaban enfrente y se miraban, sostenidamente, aunque hubiera discrepancia de enfoque, de tema o de criterio. Había comenzado la construcción de puentes sobre el abismo... construcción no exenta dificultades, puente elevadizo a ratos, de quita o pon, provisional. Al medio año todavía no se habían instalado de manera permanente las "funciones" de confiar en el otro, de pedir permiso, del respeto a ultranza, de reconocer fortalezas, bonanzas del otro, de pedir ayuda, de escuchar empáticamente y de ofrecer feedback generoso... Aún había discontinuidad, corriente alterna, sobre lo que antaño fuera un abismo.

Nueve meses después del inicio del Coaching había un puente firme, estrechito, de cuerda y madera. Tres sesiones más tarde, el puente mutó al cemento: sólido, fiable, contínuo. Al año, julio de 2007, tuvimos dos socios y un puente de acero, como el de Brooklyn. No hubo atajos, no fue fácil ni cómodo: sudaron, tosieron, se revelaron, lloraron, dieron puñetacitos en la mesa, se levantaron de la silla, tiraron varias veces la toalla, volvieron a cogerla, el Coach sosteniendo el desaliento y ellos protagonistas absolutos, siempre. Ahora tenemos dos socios invencibles, como La Armada. No en vano su sector es el metal y ellos, ya lo dije en otra entrada ¡tienen en común más de lo que sospechan! La empresa va mejor, muchooooooooo mejor. La productividad y el clima de una organización depende en buena media de sus líderes. Y al final va a ser cierto que el noventa por ciento de todos los problemas empresariales son en alguna medida problemas de comunicación. Puentes. Tendamos puentes sobre todos los abismos imaginables. Final feliz en esta historia. The end.

martes, 8 de septiembre de 2009

Hasta los güitillos

No sé si a ustedes les pasa -ya me contarán- pero yo (a veces) estoy hasta los güitillos -que viene de güito, es decir hueso frutal- y que resulta metafórico respecto a la expresión original que no es otra que estar “hasta las narices”.
Por educación tendemos a reprimir nuestro descontento. Más las féminas, la verdad. Por la paz un ave maría y así vamos acumulando bilis en el hígado y en otras zonas del intestino. Cuando la saturación del sistema es excesiva explotamos dañando lo divino y lo humano y más que a nada/ nadie a nosotras mismas.

La gestión de estas emociones -que conlleva su adecuada verbalización- tiene por nombre asertividad o sana expresión de la discrepancia, la negativa, el enfado, las necesidades, los anhelos y los sueños. No estamos educados en esto y cuando llegamos a la edad adulta (y desde luego antes también) -e incluso ocupamos cargos de responsabilidad- este asunto acaba provocándonos algunas disonancias.

Les contaré una anécdota. Cuando trabajaba en los servicios informativos de Radio Nacional de España tuve un director de carácter infernal que me apreciaba mucho. Yo -que entonces también tenía un carácter infernal- entraba de vez en cuando en su despacho y a modo de tsunami lanzaba improperios a diestro y siniestro sobre un sinfín de cuestiones. Honestamente, solía tener más razón que un santo en cuanto al contenido pero no en cuanto a la forma ni a la saturación de mensajes por minuto que lanzaba como una metralleta contra el buen hombre (lo era, pese a sus arranques de cólera).


Un día en el que seguramente el director estaba de mí “hasta los güitillos” me dijo: - Azucena, por favor, cuando "la papelera de tu descontento" tenga un papelito, un ruido, una basurita, ven y cuéntamelo. No esperes a que desborde como la espuma de una cerveza. Fue un gran consejo sobre asertividad, concepto que él desconocía en el plano teórico y que, sin embargo, a su manera formuló como una utilísima sugerencia de la que aún me acuerdo quince años después…


A partir de aquel día cada vez que surgían desavenencias, problemas o injusticias en el equipo de redacción yo acudía a su despacho, y vaciaba "el ruidito" de mi papelera emocional con lo que el tsunami quedaba reducido a la controlada explosión de una botella de cava.

Al no esperar hasta el desbordamiento, mejoró la bilis de mi hígado y mi autocontrol emocional. Mejoró la formulación verbal de las cuestiones que me preocupaban y, desde luego, mejoró nuestra relación. Todo ventajas. Se lo aconsejo. Cada vez que estén “hasta los güitillos”, respiren, piensen cuándo dónde y a quién van a decir qué y ¡¡háganlo!! a poder ser de una manera neutra, correcta, informativa, sin herir, sin faltar, asertivamente. Y... cuéntenme cómo les va.