Son las 8.14 y no llegan. A mi me da por recolocar las sillas, blancas, ultra modernas, ultra incómodas, de diseño. A mi me da por recordar algunos aprendizajes de mi último curso universitario sobre las dificultades inherentes a las empresas familiares carentes de protocolo, sobre la errónea estrategia de estar igualados al cincuenta por cien, empate técnico a la hora de tomar decisiones. Si/ No, No/ Si... cuan margarita. Bloqueo, salvo que hayan aprendido técnicas de negociación, herramientas de comunicación eficaz.
Ding dong... vienen de la fábrica. Sesión a sesión, cada quince días, durante un año, continúa el entrenamiento, la construcción de puentes. Si en los primeros encuentros se producían careos, miradas desafiantes, desplantes, reproches, chantaje silencioso, carraspeos, toses, amenazas, desaires, groserías, intentos de falta de respeto (que el Coach frenó radicalmente)... En las cuatro siguientes se fueron tomando el pulso y el Coach como testigo, como catalizador de cambios, propulsor de tareas específicas, palanca de encuentros a solas, entre ellos, en la empresa, facilitador de lecturas, emails, propuestas, preguntas, feedback... Hacia la octava sesión comenzaron a producirse cambios. Llegaban juntos en el mismo coche, y espontáneamente hablaban de temas concretos de su negocio, se servían el té el uno al otro, se disculpaban si no habían completado alguna tarea. Fisicamente se sentaban enfrente y se miraban, sostenidamente, aunque hubiera discrepancia de enfoque, de tema o de criterio. Había comenzado la construcción de puentes sobre el abismo... construcción no exenta dificultades, puente elevadizo a ratos, de quita o pon, provisional. Al medio año todavía no se habían instalado de manera permanente las "funciones" de confiar en el otro, de pedir permiso, del respeto a ultranza, de reconocer fortalezas, bonanzas del otro, de pedir ayuda, de escuchar empáticamente y de ofrecer feedback generoso... Aún había discontinuidad, corriente alterna, sobre lo que antaño fuera un abismo.
Nueve meses después del inicio del Coaching había un puente firme, estrechito, de cuerda y madera. Tres sesiones más tarde, el puente mutó al cemento: sólido, fiable, contínuo. Al año, julio de 2007, tuvimos dos socios y un puente de acero, como el de Brooklyn. No hubo atajos, no fue fácil ni cómodo: sudaron, tosieron, se revelaron, lloraron, dieron puñetacitos en la mesa, se levantaron de la silla, tiraron varias veces la toalla, volvieron a cogerla, el Coach sosteniendo el desaliento y ellos protagonistas absolutos, siempre. Ahora tenemos dos socios invencibles, como La Armada. No en vano su sector es el metal y ellos, ya lo dije en otra entrada ¡tienen en común más de lo que sospechan! La empresa va mejor, muchooooooooo mejor. La productividad y el clima de una organización depende en buena media de sus líderes. Y al final va a ser cierto que el noventa por ciento de todos los problemas empresariales son en alguna medida problemas de comunicación. Puentes. Tendamos puentes sobre todos los abismos imaginables. Final feliz en esta historia. The end.
2 comentarios:
Azucena, te agradezco el compartir con nosotros, tus lectores habituales, esta narrativa tan rica, esta historia real de como la transformación es posible si damos el tiempo necesario para que madure. Como venimos leyendo en cada uno de tus post, el proceso necesita tiempo,la relación Coach-asistido es necesario desarrollarla. Es parte de la naturaleza, nada crece y se desarrolla de un momento para el otro y menos cuando a relaciones humanas nos referimos.
Un abrazo desde Argentina, Mariano
Me uno a los agradecimientos, GRACIAS.
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