jueves, 9 de octubre de 2008

Felicidad en un Dedal

El otoño ha pintado de amarillo, verde y ocre los árboles de la city. Hoy he pasado el día trabajando en Bilbao, mi ciudad natal, y he sido "niña mala" un par de horas en las que me he permitido el lujo de pasear por la ribera del Nervión. Amarillo, verde y ocre en los árboles del parque de Doña Casilda Iturrizar en cuyo estanque nadan los biznietos de los patos a los que mi padre y yo echábamos migüitas de pan los domingos. Entonces no teníamos el icono del Guggenheim, impresionante incluso desde fuera, sobre todo desde fuera. Tengo miedo a la araña de ocho patas que hay en los aledaños, una gigantesca escultura cuya tripa está preñada de proyectos. Jamás paso por debajo de ella, hoy tampoco lo he hecho prefiriendo invadir a ratos el carril de bicicletas mientras contemplaba la magnífica Universidad de Deusto cuna de banqueros, de hombre y mujeres de negocios.

He pasado dos horas de felicidad absoluta justo al atardecer. Cuando sobre los montes sombreados en azul se perfilaban nubes claras, resplandecientes, sobre la villa de Don Diego López de Haro. He cruzado la ría sobre el famoso puente de cristal diseñado por Catalatrava y, a la vuelta, sobre el puente del Arenal, delante del ayuntamiento, y después sobre el puente de Zorrozaure. Calculo haber caminado unos 8-10kilómetros paladeando lo que mi hermana denomina "mi capacidad de ser feliz con un dedal".

La capital vizcaína me ha parecido hoy la ciudad de los puentes en la que se habla más euskera que hace ¿veinte años? Los planes de euskaldunización van haciendo sus efectos y quienes nacieron en los ochenta han estudiado en el modelo D (sólo en euskera). Me ha sorprendido. A medio camino he tomado el tranvía verde, un lujazo para una ciudad de apenas 500.000 habitantes. Me he acordado de algo que aprendí el verano pasado cuando coincidí con el escritor Jorge Bucay en unas jornadas filosóficas de la Universidad del País Vasco: "Tenemos el derecho y la obligación de ser felices mientras gocemos del privilegio de estar vivos."
¡A lo mejor es eso y no la teoría del dedal!
Me siento dichosa y agradecida de estar viva.

Me he sentado en la terraza acristalada del Ibaiberri, junto al centro comercial Zubiarte. De nuevo amarillos, verdes y ocres de otoño saludando desde las ramas de los árboles. He tomado mi clásico café americano, fuerte, humeante, rico-rico y he repasado mi planning de trabajo.

Consciencia de felicidad que, acaso, sea una decisión. Consciencia de felicidad que, acaso, sea una dirección... perpetuo mobile, en perpétuo movimiento, como un blanco móvil que cada cual persigue a su manera.

Otoño en la city, corbatas, trajes, razas, museos, puentes, la ría, unos niños saludando desde una barcaza que transporta escolares.

La noche cae mansa sobre la urbe y arriba las estrellas y media luna, media luna blanca, que no roja. Tiempo para los sueños.

1 comentario:

L'ATELIER D'ENA dijo...

Sueños.... que como los vientos otoñales , van y vienen . Dejando siempre en nuestras mentes esos posos, como las hojas de todos esos colores rojizos , como todo lo que contiene pasión, que caen a nuestros pies. Que bonito viajar desde el cielo a nuestro alcance , lo malo de ello que sin consciencia , muchas veces pisamos esas magnificas hojas que son nuestros sueños. Es magnifico apreciar lo facil y al alcance de cada uno, está la felicidad en nuestras vidas , un paseo , un cafe. Lo más motivador que a mi me resulta es imaginarte repasando tu agenda, en dicho paraje , con ese cafe humeante. Mil gracias por este esplendido paseo . Mil gracias por compartirlo con nosotros .