Estamos rodeados. Los tres ejércitos están entre nosotros, son más numerosos de lo que pensamos, se mantienen firmes noche y día, durante semanas, meses, años, siglos, con sol y con nieve (anoche bajo cero en la provincia de León). Dan un poco de miedo por su tenacidad y persistencia, dos cualidades que escasean en el merengue social contemporáneo. No se asusten. Son inofensivos, en principio.
Ejército de tierra: cientos de kilómetros de bosques tupidos, cerrados, bellísimos entre San Sebastián y Santiago de Compostela. Miles de árboles ocres, verdes, de hoja caduca, perenne, vestidos, desnudos, con bellotas sin ellas (de madrugada cuajados de nieve como en los cuentos navideños) oteando el horizonte desde cimas altas, cimas bajas, en el entorno de Burgos, León, Lugo, Santiago ). Ejército de tierra: millones de soldados verdes que nos custodian desde la eternidad.
Ejército de mar: cientos de vieiras provenientes de Atlántico colman las mesas de todos los restaurantes gallegos. Miles de peregrinos portan conchas de vieiras emulando a quienes desde hace siglos llegaban a Santiago procedentes de todos los lugares del globo terráqueo; aquí comían ese exquisito marisco, otrora propio de las clases populares, saciaban sus estómagos y, pensando en el regreso a su tierra, se llevaban algunas conchas que utilizaban como receptáculos para beber agua en los millones de fuentes que hallaban por los senderos. Un mar de vieiras.
Ejército de aire en la catedral. Trece columnas gigantescas dan soporte a la cristiandad. Se precisan cuatro personas uniendo sus brazos extendidos para rodear cada una de las trece columnas de la derecha, trece columnas de la izquierda, que conducen desde la entrada oeste hasta el Santo que, por cierto, se puede tocar. Aire porque conducen desde la tierra hasta el cielo. Soldados de granito, en formación de trece en trece, en filas de a dos.
Me ha impactado gratamente la belleza de esta tierra. La tranquilidad de sus calles. Por la mañana de shopping por el casco antiguo y por la zona vip -más nueva- me preguntaba ¿dónde está la gente? Trabajando -me han dicho los guías del museo de arte contemporáneo y los camareros-. Un taxista me ha contado que la población permanente de la ciudad es de unos 90.000 habitantes. Es curioso, hay más ambiente por la noche: los bares se llenan de humo, las calles se llenan de pasos, los autobuses se llenan de personas mientras acechan -cerca, muy cerca- los tres ejércitos: los árboles, las vieiras, y las columnatas de la catedral. Tierra, mar y Aire de Loewe que sigue vendiéndose en las buenas perfumerías de todas las capitales.
Sorprende lo de los peregrinos: cargados con sus mochilones, sellando las posadas del Camino, creyendo en algo que no se ve, que se intuye, que acaso sienten, que han aprendido, que les han enseñado, que les conecta con algo más allá de lo mundano. Hablan todos los idiomas que puedan imaginar. Algunos parecen cansados, otros no. Se acumulan un tanto en la Plaza del Obradoiro, bellísima. He tomado un café en el Hotel Reyes Católicos. Entrar allí es un lujo al alcance de cualquiera (entrar y tomar café, no hospedarse... tiene más estrellas que el firmamento). Fuera, siguen acechando los tres ejércitos. Pacíficos. Por ahora.
Ejército de tierra: cientos de kilómetros de bosques tupidos, cerrados, bellísimos entre San Sebastián y Santiago de Compostela. Miles de árboles ocres, verdes, de hoja caduca, perenne, vestidos, desnudos, con bellotas sin ellas (de madrugada cuajados de nieve como en los cuentos navideños) oteando el horizonte desde cimas altas, cimas bajas, en el entorno de Burgos, León, Lugo, Santiago ). Ejército de tierra: millones de soldados verdes que nos custodian desde la eternidad.
Ejército de mar: cientos de vieiras provenientes de Atlántico colman las mesas de todos los restaurantes gallegos. Miles de peregrinos portan conchas de vieiras emulando a quienes desde hace siglos llegaban a Santiago procedentes de todos los lugares del globo terráqueo; aquí comían ese exquisito marisco, otrora propio de las clases populares, saciaban sus estómagos y, pensando en el regreso a su tierra, se llevaban algunas conchas que utilizaban como receptáculos para beber agua en los millones de fuentes que hallaban por los senderos. Un mar de vieiras.
Ejército de aire en la catedral. Trece columnas gigantescas dan soporte a la cristiandad. Se precisan cuatro personas uniendo sus brazos extendidos para rodear cada una de las trece columnas de la derecha, trece columnas de la izquierda, que conducen desde la entrada oeste hasta el Santo que, por cierto, se puede tocar. Aire porque conducen desde la tierra hasta el cielo. Soldados de granito, en formación de trece en trece, en filas de a dos.
Me ha impactado gratamente la belleza de esta tierra. La tranquilidad de sus calles. Por la mañana de shopping por el casco antiguo y por la zona vip -más nueva- me preguntaba ¿dónde está la gente? Trabajando -me han dicho los guías del museo de arte contemporáneo y los camareros-. Un taxista me ha contado que la población permanente de la ciudad es de unos 90.000 habitantes. Es curioso, hay más ambiente por la noche: los bares se llenan de humo, las calles se llenan de pasos, los autobuses se llenan de personas mientras acechan -cerca, muy cerca- los tres ejércitos: los árboles, las vieiras, y las columnatas de la catedral. Tierra, mar y Aire de Loewe que sigue vendiéndose en las buenas perfumerías de todas las capitales.
Sorprende lo de los peregrinos: cargados con sus mochilones, sellando las posadas del Camino, creyendo en algo que no se ve, que se intuye, que acaso sienten, que han aprendido, que les han enseñado, que les conecta con algo más allá de lo mundano. Hablan todos los idiomas que puedan imaginar. Algunos parecen cansados, otros no. Se acumulan un tanto en la Plaza del Obradoiro, bellísima. He tomado un café en el Hotel Reyes Católicos. Entrar allí es un lujo al alcance de cualquiera (entrar y tomar café, no hospedarse... tiene más estrellas que el firmamento). Fuera, siguen acechando los tres ejércitos. Pacíficos. Por ahora.
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