lunes, 9 de febrero de 2009

Mota de polvo en el Universo

Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Total... para terminar (en el mejor de los casos) emulado en forma de estatua con una paloma viva y aleteante en la cabeza. En sus viajes por todas las ciudades del mundo... ¿Se han fijado que casi todas las esfinges nobles poseen su correspondiente paloma adherida a la cocorota? Hoy quiero que pongamos juntos la mirada en la Schlossplatz (plaza del castillo nuevo de Stuttgart) y en Christopher... un noble que sirvió a Alemania y al Kaiser allá por el lejano 1556. El pobre... ¡tantos desvelos y esta mañana me ha entrado la risa al verle el sombrero cuajado de excrementos de ave!


Acaso sea útil pararse un momento y mirar hacia dentro. Allí -más evidente que oculto- hallaremos agazapado a nuestro Ego: en unos grande, en otros enorme, en todos presente. Ese Ego inflado como una palomita de maíz que nos hace, a ratos, pensar o sentir que nosotros y nuestras preocupaciones somos el centro del mundo ¡qué digo del mundo! del universo entero y sus galaxias imaginables. Tendemos a imaginar que todo gira entorno a ese diminuto foco de atención que constituye nuestra limitada consciencia.


No entiendo porqué hay gaviotas en la ciudad más alejada del mar de toda Europa. ¿Qué hacen aquí? Imagino que es divertido atormentar a Christopher y a algunos otros nobles convertidos en estatuas y no precisamente de sal... Sin embargo, me gustaría conocer las razones de un biólogo. En fin están aquí y se pelean con palomas, gorriones, petirrojos, zarapitos, patos y cisnes por las miguitas de pan que les llevamos los turistas. Tenían que verles arremolinados en la esquinita del lago que no está helada, en el único corner en el que da el sol un ratito al mediodía, cuando sale. En el resto, el agua congelada aguanta el peso de un adulto. He hecho la prueba y ¡resiste! (Ver foto en el álbum Picassa).


Apelo hoy a la humildad entendida como capacidad de jugar, de admitir que se está equivocado, de pedir disculpas o perdón, de escuchar a los demás y de pedir ayuda, según definición del fantástico libro que me regaló mi amiga Marta (En busca de los mimos perdidos, de Cesare Giacobbe).


Apelo a la humildad, en primer lugar a la mía. Apenas somos una mota de polvo en el cosmos. Es algo que percibo con nitidez (que siento profundamente) cada vez que viajo en avión. Siempre pido ventanilla y desde los diez mil o más metros de altitud una persona -incluso el mismo Christopher de bronce- parece menos que una pestaña. Piénsenlo: una pestaña.

1 comentario:

Socrates dijo...

Ummm...humildad, me encanta este tema.

De un tiempo a esta parte parece casi que se haya convertido en mi hobby encontrar ese punto de humildad "justo" para ser feliz conmigo y con los demás. Diría que es casi un ejercicio de equilibristas!

P.D. y como dice un monólogo (lo siento, no recuerdo de quien) "y que conste que me considero humilde, bueno muy humilde...qué narices, el más humilde!"