sábado, 7 de febrero de 2009

Una pareja

Lo encontré una mañana en la plaza de Schiller. Yo acudí bien abrigada con mi bufanda, guantes y gorro de lana años veinte en tonos verdes y amarillos. Era febrero, hacía frío y en la plaza del poeta más que rimas se escuchaban murmullos de mujeres con sus cestas de mimbre visitando los puestos de flores del mercado, husmeando las mieles de brezo, de espliego y de romero, pidiendo panes negros de espelta, de avena, de sésamo, de trigo sarraceno... Dos grados bajo cero en el termómetro de la torreta de la plaza del Castillo Nuevo, en Stuttgart.



Al principio él no dijo nada y yo apenas le miré. Estaba recogiendo inputs para mi vida, impactos de adrenalina que después mis neuronas transforman en compost-outputs o textos para mis libros, conferencias y mi blog.



Él era peludo, bajito, y gozaba de un aire salvaje que me atrajo desde el primer momento. Yo iba sola, era extranjera y resultaba vulnerable. Él parecía oriundo de la tierra y se movía entre las gentes con soltura aunque un tanto errático: tan pronto caminaba hacia el norte como lo hacía hacia el sur como si no hubiera decidido aún su destino.



Compré una docena de tulipanes y dos prímulas gigantes que animadas por el frío y la humedad germana proliferan con vigor. Me olvidé de él por un rato y visité la casa de los cuadernos, los sobres, los rotuladores... Haufler Am Markt... tres plantas de magia y lujo en papelería internacional. Compré los sobres y papeles a juego que sólo encuentro allí y utilizó en ocasiones especiales para enviar a alguien un mensaje de celebración o condolencia. Me entretuve unos treinta minutos y me permití algunos lujos por unos sesenta euros. Salí a la plaza del mercado y miré a la derecha, hacia el ayuntamiento. Allí estaba él. Me pareció extraño que entre la multitud aquel bajito y peludo volviera a cruzarse en mi camino. Sosegada y mansamente se acercó a mi y por primera vez ronroneó.



Fussel entró en mi vida y desde entonces no nos hemos separado aun cuando mi profesión me obliga a viajar. Es fiel y es paciente, dos cualidades difíciles de encontrar entre los humanos. Su compañía no tiene precio en las largas noches de invierno y cuando escribo textos -ahora mismo- se pone en mi regazo y me mira con admiración. Es más de lo que soñé cuando nos conocimos. Sigue siendo peludo y bajito y a veces desaparece durante días en andanzas que desconozco. Supongo que es el ramalazo salvaje que tanto me atrajo al comienzo. Respeta mis manías y yo sus silencios. Ha engordado algo y su pelo es aún más pelirrojo que cuando le conocí. A ratos le miro y pienso que aún no ha decidido si va al norte o al sur aunque de momento los dos nos hemos anclado en GaussStrasse 32, una casita mágica, diminuta y con jardín en la que leo, escribo, sueño y me olvido del mundo que gira a la velocidad de vertigo y a contrapié.



Me saluda cuando llego a casa... acaricia mi soledad, se sienta a mi lado cuando abro la correspondencia e incluso cuando cocino. Es todo un personaje al que algún día echaré de menos cuando ya no viva aquí, ni visite los sábados el mercado de las flores bajo la atenta mirada del poeta Schiller. Fussel es un gato hindú cuya historia merece un cuento infantil con dibujos de acuarela.

1 comentario:

Mariana Castrogiovanni dijo...
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