Se creía un Sanson y acarreaba el peso del mundo sobre sus hombros. No era para tanto. Dios estaba al corriente de su destino. Como en todos los casos.
Tuvo algunos fracasos sonoros -seamos exactos con las palabras-: tuvo algunos fracasos rotundos, clamorosos. Entonces se enrrocó aún más en sí mismo, se enfadó con el mundo entero. Se lo puso por montera haciendo y deshaciendo a su antojo. Dejó atrás mujer e hija. Cambió de continente. Inició una vida nueva con un patronaje antíguo. Nueva pareja, viejo rol intransigente. Nueva pareja, antiguo comportamiento dominante y caprichoso.
Se anunciaba tormenta en altamar. ¿Un nuevo fracaso? Sin duda algo que aprender: una asignatura pendiente. Decidió escuchar el mensaje de las olas del otro lado del Atlántico... En Argentina... allí está su primer amor, sus raíces, su cultura, su alegría de vivir, su manera de socializar.
Con ternura depositó el globo terráqueo sobre la superficie arenosa donde siempre debiera haber estado:donde le corresponde. Dejó de cargarlo día y noche sobre sus hombros. Ya no se creía un Sansón. Volvía a ser humano, frágil, vulnerable... y a sentir. Ya no estaba enfado, enrocado, encerrado en la coraza del no sufrir. Descubrió que no sufrir es no vivir.
El personaje que inspira este relato es real y es un hombre muy valioso. Permitan que proteja su identidad. Permitan que acaso él llore cuando lea mi homenaje. Y comenten... si lo desean.
martes, 21 de abril de 2009
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1 comentario:
Lindo relato, y seguro que él se emocionará al leerlo.
Dice mucho esta breve historia de lo importante que es sentir, ya sean cosas agradables, ya sean cosas desagradables (quizás más importantes estas últimas, por hacer de "señal" de que existe algo que aprender, que pulir).
Seres sensibles....
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