Con la edad no sólo se endurecen las arterias sino las manías que se enquistan como un mioma al fondo del útero existencial. Me pasa, lo confieso. En foros colectivos me muestro intolerante con la falta de respeto y la imposición sin sentido. En privado me desquicia la deslealtad y llevo varios días pensando si la deslealtad no será una forma supina, un grado extremo de falta de respeto: pisotear los sentimientos, las creencias, la bondad e incluso la ingenuidad de otro ser humano. No lo soporto. En contadas ocasiones he apartado a alguien conscientemente de mi vida. En todos los casos la razón última ha estado vinculada a lo que he interpretado como una falta de respeto a algún valor o creencia esencial para mi, o a una descarada deslealtad. Y lejos de llevarlo con soltura, aún me duele cuando tras confiar... me traicionan. Humano es errar y perdonar -excepto si ha existido premeditación y alevosía-. Vale: esto es un desahogo por una tomadura de pelo de un consultor que hoy ha venido al Parque Tecnológico de Zamudio (Vizcaya) a presentar su empresa bajo el pretexto creíble de facilitar un taller gestáltico. Durante el desarrollo de sus dinámicas -hay que llamarles de alguna manera- se ha producido una evidente falta de respeto a los asistentes, una incoherencia absoluta con el título avanzado para la jornada, y un intento de manipulación de los participantes que rallaba el insulto. Los veteranos hemos estado atentos y -como un equipo bien entrenado- hemos disparado a canasta hasta sacar al incompetente del parquet. ¡Claro que no era baloncesto! Ni gestalt, ni teatro, ni inteligencia emocional, ni auto-conocimiento, ni na de na... Humo... Negro... como el que soltaba Altos Hornos de Vizcaya en los años ochenta. Descargar la rabieta me ha costado dos horas de paseo y una comida con amigos risueños. Aún me llevo disgustos con estas cosas. ¡Fíjense que ingenuidad!
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