Como un sabueso, sigo durante años el rastro de un concepto existencial que me interesa y que -con frecuencia- acaba resultando práctico para mi vida y mi trabajo. Y aunque la mayoría de los perros con gran olfato cazan en jaurías, yo prefiero investigar en solitario entre los setos de la llanura, los espinos del monte, los chopos del valle y los acebos de mi tierra.
Hay dos conceptos cuyo aroma persigo con frenesí desde hace algo más de una década: la creatividad y la reflexividad -cuya terminación en ambos casos en "dad" quizá no sea casual ?!-.
Entiendo que sacar de la chistera de las ideas algunos proyectos, algunas empresas, algunos productos, servicios, experimentos, relaciones, casas, museos, obras de arte, novelas, ponencias, composiciones... es magia en estado puro, aunque lo cataloguemos como normal en el mundo frívolo y veloz. La creatividad entendida como crear, extraer de la casi-nada algo útil, valioso o trascendente -un niño, un libro, una empresa, un árbol de bellota- me parece un milagro por lo que dedico buena parte de mis esfuerzos a descubrir los mecanismos que propician esa chispa divina (o humana) a la que denominamos creatividad. Hoy, sin embargo, deseo profundizar en mi segunda obsesión: la reflexividad, un concepto menos conocido, creo...
Podemos hablar de tres etapas reflexivas, la primera ANTES de la acción, a la que los teóricos llaman "diseño". La segunda DURANTE la acción -acaso la más difícil de implementar-. Y la tercera DESPUÉS de la acción, a la que se denomina "evaluación". El bucle se repite hasta el infinito propiciando procesos de mejora en la producción de bienes y servicios. Ahora bien, más allá de su aplicabilidad al mundo empresarial, más allá de su incidencia directa en la creación de "equipos de mejora", el asunto tiene algunas raicillas cuyo sabor me entusiasma y busco con la persistencia que el jabalí orada la tierra en busca de sabrosas zanahorias.
Las raicillas se expanden en todas las direcciones de la vida porque el pararse y reflexionar sobre ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos?
¿a dónde vamos? ¿qué tal va nuestra vida? y ¿cómo mejorarla?
Es un clásico universal desde que el mundo gira en rotación y traslación.
Vinculo la reflexividad a la ética de las personas y coincido con Humberto Maturana quien en la prensa económica de hoy (El País, Negocios) afirma que "los seres humanos nacemos como seres amorosos para traicionarnos en la edad adulta y el ejercicio profesional contaminados por la cultura, la exigencia y la negación del otro".
Acaso si nos formulásemos preguntas como lo hacía Sócrates en el Agora sería posible vivir con mayor fidelidad a quienes somos, a la chispa creativa que pervive en nosotros esperando florecer. Pararse de vez en cuando a "afilar la sierra" según Stephen Covey. Serenar la mente y el cuerpo para interrogarse a uno mismo sobre el grado de felicidad con el que vivimos, sobre las opciones de mejora de nuestro devenir, sobre las alternativas al desánimo, a la monotonía, al desamor...
Cuando practicaba el bello arte del tai-chi una de las cosas que más me gustaba era el enfoque de mi profesor Juan Li para quien el tai-chi es "meditación en movimiento". No sólo meditación (como en el zen) y no sólo movimiento (como el hámster en su rueda) sino ambas a la vez. Mi propuesta consiste en reflexionar para la acción creando hermosas realidades en nuestra vida y negocios. Reflexión + Acción + Reflexión + Acción + Reflexión + Acción + Reflexión + Acción + Reflexión... hasta el infinito.
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