A veces la cosilla se pone triste. Entono el mea culpa ¡vive Dios que no me escondo! Asumo la responsabilidad de vivir apasionadamente mi oficio y de salpicar a cuantos me conocen con chispas de entusiasmo desde el año 2002 cuando abrí en el País Vasco mi primer despacho de acompañamiento profesional a las personas. Además, en todas las conferencias y formaciones confieso en voz alta lo mucho que trabajo (sé que la traducción simultánea que muchos escuchan es "lo mucho que gano", lo cual no es lo mismo).
Asumo la responsabilidad del efecto modelaje de una profesión que amo profundamente. Ahora bien, una cosa es contagio, y otra plaga, porque San Sebastián es una de las ciudades españolas donde el crecimiento de entrenadores ha sido exponencial en los últimos años: de estar sola en el territorio de Guipúzcoa, al centenar de profesionales en 2011. Algunos se han formado durante veinte horas, otros poseen apenas el graduado escolar, bastantes carecen de experiencia al frente de equipos y no han pertenecido nunca a una plantilla. Los hay que cometen faltas de ortografía, que no saben lo que es un protocolo familiar, el impuesto de sociedades o la diferencia entre un directivo y un líder. También hay personas que mezclan el entrenamiento con el reiki, la risoterapia, la gestalt, las constelaciones, la consultoría y con jamón y queso haciendo del coaching la tapa superior e inferior de un sandwich de moda. Reconozco que la desesperación empuja a muchas de estas personas al abismo anti-ético del engaño, sin embargo... creo... que no lo justifica.
La cosilla se pone triste cuando los más osados se lanzan a hacer rondas de visitas a los responsables de recursos humanos de las empresas vendiendo humo empaquetado en power point que cuela si va financiado por el tripartito. Salpican la profesión de mediocridad, falta de rigor, chapuceo e ineficacia y ¡duele! si amas este oficio exigente que -para ofrecer resultados- precisa una sólida formación académica tradicional, así como una formación específica en entrenamiento ejecutivo con aval de la International Coaching Federation, ICF (Washington). Hiere contemplar los jirones de una bandera que antaño blandí como transformadora -acaso revolucionaria- y no puedo evitar sentir como impostores a quienes sin formación, experiencia, conocimientos ni ética, arriban al mundo del entrenamiento empresarial porque no se puede dar lo que no se tiene, ni vender la piel del oso antes de cazarlo.
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