Una muestra de todos los fenómenos climatológicos se cierne sobre la ciudad: tan pronto hace sol como llueve a bocajarro, asciende la temperatura a 16 grados centígrados como baja a 7, se levanta un viento saharaui como aparece una calma que adormece.
Entre el Pont Neut y el Pont Saint Michel esta tarde había un cisne negro y las enormes gaviotas de Toulouse no se dignaban a volar sino que estaban todas -absolutamente todas- en el desbordado caudal del río Garoña.
De paseo por los recónditos barrios de la ciudad del ladrillo, volviendo una y mil veces al río como fluida orientación entre los grandes puentes, he sentido frío y calor, me ha despeinado el viento, me he calado el dobladillo de los pantalones, y he pisado barro, hierba, empedrado, asfalto y hasta un charco en el que jugaban dos patos.
En total he caminado tres horas. Ya en casa, he repuesto el cuerpecillo con dos tazas de Thé des Songes Blanc -una de las infusiones favoritas de mi hija- y me he lanzado sobre el teclado como el drogadicto fuma opio: con la misma intensidad y adicción.
Mis viajes consisten en integrarme en la vida de las ciudades y las gentes que visito. Huyo como de una bacteria de los lugares turísticos, de las terrazas de foto, de las heladerías, de las postales y camisetas serigrafiadas. Me gusta fundirme con la vida de los ciudadanos porque de ese modo casi siempre aprendo cosas que no aparecen en Google Maps. Por ejemplo, hoy en el mercado central de Toulouse el precio de las espinacas baby era de 19 euros el kilo. No hay confusión alguna: 19 euros por un kilo de espinacas baby. Me pregunto cómo se cotizarán cuando crezcan ¡qué despropósito! y ¿cuánto le pagarán al agricultor que las cultiva? Aunque llevaba mi cesto de mimbre y me encanta llenarlo de verduras no he comprado ni una hojita de espinacas.
La ciudad está hecha un descalabro por las obras del metropolitano. Supongo que en unos años quedará estupenda, pero ahora mismo es como si un dinosaurio gigantesco oradase palmo a palmo los mismísimos cimientos de la tierra cortando carreteras, aislando calles y llenándolo todo de polvo.
Originalmente las callejuelas de la vieja ciudad son estrechas para una convivencia pacífica entre bicicletas, motos, coches, furgonetas y peatones. Con las obras del metro, las calles han adelgazado tanto que resultan anoréxicas. No crean que exagero: anoche tuve que utilizar el coche para recoger a mi hija cuando salía de trabajar y con tantas desviaciones, cambios de sentido y circunvalaciones Garmin se puso muy nervioso, tanto... que le dio un ataque de ansiedad.
Originalmente las callejuelas de la vieja ciudad son estrechas para una convivencia pacífica entre bicicletas, motos, coches, furgonetas y peatones. Con las obras del metro, las calles han adelgazado tanto que resultan anoréxicas. No crean que exagero: anoche tuve que utilizar el coche para recoger a mi hija cuando salía de trabajar y con tantas desviaciones, cambios de sentido y circunvalaciones Garmin se puso muy nervioso, tanto... que le dio un ataque de ansiedad.
Garmín es mi GPS y espero que se recupere pronto porque le necesito para regresar a San Sebastián ;-D
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