En el tiempo que dedico a escribir este post se habrán producido en la India tres suicidios de otros tantos agricultores.
Dada la velocidad en la que vivimos y la frivolidad insensible con la que engullimos titulares de prensa, volveré a repetirlo, ahora de otro modo: cada 43 minutos se suicida un agricultor indio acorralado por la pobreza y la desesperación. En un cálculo simple, durante las próximas dos horas tres nuevas familias se sumarán a las 270.000 que ya viven huérfanas de padre y cuyo número se dispara desde que en 2001 se introdujeron las reformas de la liberalización agraria.
El reportero Zigor Aldama escribe desde el gigantesco país asiático y publica en El País a cuatro columnas bajo el titular: El campo mata, seguido del lead: India registra una de las mayores olas de suicidios entre sus agricultores debido a la sequía y a las malas cosechas.
Hay que abordar el cuerpo del reportaje para comprender que los campesinos se endeudan para comprar semillas, buscar pozos de agua en auténticos pedregales, o afrontar la dote que permita casar a sus hijas. Después no pueden devolver el dinero a los prestamistas porque no hay cosecha, los usureros suben la presión sin piedad, y la única opción que aparece en el negro horizonte es el suicidio. Los agricultores ponen término a su vida de una manera dolorosa y larga si ingieren pesticidas y de un modo rápido y económico si toman tinte de pelo: media hora y terminan con la desesperación de no poder alimentar a sus hijos, comprarles unos zapatos, devolver el préstamo o hacer una ventana en su chamizo...
El campo no mata sino la falta de valores, un tema en el que hemos fondeado hoy en la sobremesa navideña con algunos miembros de la familia viven en otros países, en otros lugares de un occidente aún instalado en el "estado de bienestar". El campo no mata, matan los hombres, los prestamistas y el mundo civilizado que propicia el cambio climático y con ello la desertización de la tierra.
Resulta más fácil componer una bicicleta despeñada desde el acantilado que reparar el alma india de una viuda pobre, endeudada, madre de tres hijos y con quien nadie volverá a casarse... Y aun cuando hay familias que lo están pasando mal en Europa, hay lugares del planeta que se desangran y de los que sólo nos acordamos cuando un reportero de raza nos agita desde un tabloide o cuando la persona de mayor conciencia social de mi familia lo saca a colación durante los postres.
Tres horas de acalorado debate apenas nos han permitido atisbar la punta de un iceberg ético de colosales dimensiones en su desafío: ¿cómo vivir en la opulenta Europa con la conciencia tranquila? ¿de qué manera contribuir a frenar la barbarie en numerosos lugares del planeta? El intenso ejercicio de reflexividad de la sobremesa me ha dejado un tanto exhausta: con una bola de impotencia en el estómago y pocas respuestas racionales que aportar desde el compromiso. Me siento mal. Llego al término de mis dos horas de escritura: la desesperación ha matado a tres agricultores indios en el tiempo dedicado a este post. Paro el teclado. Siento nauseas. ¿Qué hacer?
Horas después de haber escrito Contraste leo que la Fundación Vicente Ferrer suele cruzarse entre los campesinos indios y los acreedores consiguiendo en ocasiones aplazar los tiempos de devolución de los créditos. Además, en los casos más extremos ayuda con un poco de dinero a las empobrecidas familias... ¡Ya tenemos una pista concreta para comprometernos en la mejora de un mundo atormentado!
3 comentarios:
Azucena, adhiero a la conclusión de que el campo no mata, sino que matan los valores que tienes las personas que de una manera u otra tienen relaciones económicas con el campo.
No puedo hablar de los agricultores de la India porque no conozco su problemática, solo por lo que usted expone el blog, pero siento que llegar a esa determinación es el desahucio de no ver una luz de vida. Siento lo mismo que todos lo que leemos su blog, nauseas, indignación, tristeza, impotencia.
Yo trabajo en Argentina en una Cooperativa agrícola en la pampa húmeda (en lo que antaño llamaban el granero del mundo), estoy al frente de una pequeña sucursal, y soy agente de cuantas corrientes.
Tengo aproximadamente 80 productores agropecuarios, desde muy ricos y lo que podrían denominarse pobres (a mi juicio no lo son cada uno tiene lo que tiene, y hay que ser feliz con eso).
En estoy años he sido aprendiente de que no es el dinero o la cantidad de tierra que tengas lo que te hacer ser humano, sino los valores que tengas, los valores que te enseñaron tus padres, tus abuelos y que cada uno acepto y practico esos valores, porque tengo casos de agricultores que no tiene valores al momento de temas económicos y conozco a sus padres y abuelos y son seres con valores hermosos y que estoy seguro lo transmitieron a su prole pero como se dice en el campo esos valores cayeron en tierra estéril.
Aquí en la pampa argentina, el valor que predomina en las personas que trabajan la tierra es la ENVIDIA, todos los días tengo en mi escritorio alguien que me comenta algo de alguien viniendo (ellos sin darse cuenta) desde la envidia, y desde ahí otros valores como la deslealtad, el engaño etc. etc.
La gran mayoría se la pasa viendo que hace el otro, si sembró tal o cual semilla, si se compró tal o cual tractor o camioneta, si se fue a cual o tal lugar de vacaciones, si agrando su casa, etc.
No será como usted dice en la India donde la codicia de los avaros prestamistas mata físicamente a los agricultores, aquí la envidia mata el ser humano de los agricultores, no son todos pero así hubiera uno; ese uno siembra discordias, y así mueren los agricultores, perdiendo sus tierras, su familia, etc.
Así que como escribí al principio, comparto con usted que los valores matan a los agricultores, pues es uno de mi misión en esta vida, ser creador de espacios de oportunidad y lo practico todos los días desde mi lugar de trabajo, a veces cae en buena tierra y crece, en otros tarda en crecer pero va tomando fuerza y en otros se lo lleva el viento a tierras más fértiles.
Un abrazo de Luz.
Gomez Javier
Estimado Javier, muchas gracias por su contribución al blog. He leído con deleite sus palabras que emergen desde la autenticidad de lo vivido y parece que compartimos algunos enfoques existenciales así como la pasión por crear "espacios de oportunidad" donde las semillas que ya existen, que ya son, puedan prosperar acorde con un destino que nos excede, incluye y modela a todos los humanos...
La desigualdad mata a los campesinos de la India, o de Argentina, o casi de cualquier parte del mundo. Hay mucha pobreza en el mundo, no sé si más o menos que en décadas anteriores, dato que es discutible, pero lo que sí es evidente es que hay muchos más ricos que antes, y que cada vez acumulan ingentes cantidades de dinero y de riqueza, en progresión geométrica hasta el infinito.
Y yo lo que creo es que eso es lo que hay que cuestionar, por encima de valores inservibles o poco prácticos como la solidaridad, la generosidad o la caridad. ¿Por qué la propiedad puede ser ilimitada? ¿Por qué se admite que todo se pueda heredar? ¿Por qué las ganancias en los negocios y en las retribuciones pueden ser tan fabulosas como vemos todos los días?
Sin intencionalidad política: para que haya ricos que lo son tanto tiene que haber muchos pobres.
Eso es lo que hay que solucionar.
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