Esta mañana a las ocho las margaritas permanecían cerradas. ¡Qué raro! he pensado mientras caminaba enérgicamente por el bosque urbano que habito. Claro que la tormenta les mantendría despiertas hasta bien entrada la noche ¡así que estarán dormidas y exhaustas ante el zarandeo de tanta lluvia y viento! me he dicho a mí misma.
Una hora después seguía rodeada de silencio y las margaritas mantenían su mutismo. Así que me ha preocupado que -como algunos humanos- fuese su manera de expresar cierto enfado, aunque no intuía las razones...
A las nueve y medía he salido de mis ensoñaciones matinales ante el estrepitoso ruido de la máquina segadora. ¡Eso es! Finalmente he comprendido que las margaritas cierran los ojos ante el horror de ser decapitadas por los afilados dientes de la sierra. Lo entiendo, la verdad, porque el jardinero las descabeza sin compasión alguna.
¡Nada que ver con los monjes del templo thailandés de Pa Luang ta Bua! (situado a tan solo 130 kilómetros de Bangkok) que han adoptado a diez tigres de bengala con los que conviven y comparten su comida...
¡Nada que ver con los monjes del templo thailandés de Pa Luang ta Bua! (situado a tan solo 130 kilómetros de Bangkok) que han adoptado a diez tigres de bengala con los que conviven y comparten su comida...
He apurado el paseo hasta el límite del crono mientras me despedía de los pájaros a los que he advertido -sin que hicieran caso alguno- de que el exceso de lombrices puede provocar indigestión, empacho y otras nauseas... Y cuando me disponía a abordar la jornada laboral me he acordado de Andoitz, un empresario de raza con quien ayer tuve una interesante conversación.
Dado que su empresa tiene una fábrica en India, viaja al país asiático varias veces al año y cuando termina la jornada se acerca a la playa de Goa donde -al atardecer- se concentran numerosos practicantes de meditación en todas sus modalidades, estilos, excentricidades, bondades y defectos. Andoitz siempre regresa al País Vasco impactado por ¡lo poco que tienen y lo mucho que ríen y disfrutan! y -sobre todo- por la imperturbable paz que muestran los ciudadanos indios en variados contextos, lugares, situaciones o dilemas.
Los diálogos con Andoitz están cuajados de escucha, silencio y preguntas directas, a veces incómodas y casi siempre desafiantes, que él no elude. Así que las conversaciones resultan inspiradoras.
Aunque hace ya más de tres meses que me habló por primera vez de la paz que encuentra en la playa de Goa donde observa a los meditadores sentados en la posición de loto, ayer sacó el tema desde un lugar, una intención y una profundidad inusual que volvió a poner sobre la mesa lo que suena como un anhelo del alma, y una búsqueda de trascendencia espiritual -no necesariamente religiosa-. En definitiva, algo que le ronda y envuelve como una mariposa a la que no consigue -y acaso no quiere- ahuyentar.
Si desea meditar ¿qué se interpone en su camino? Según él: el ego y la pereza; acaso también la tiranía de la mente y la adicción a hacer. Aunque no tuvimos tiempo de acotar la reflexión a términos prácticos emergió lo que vive como una dicotomía: por un lado, la vida productiva, exigente, racional... y -por el otro- la meditación, la quietud y el no hacer... Desde la tiranía del "o": o hacer o ser, o producir o meditar... resulta complejo superar las resistencias porque aunque todos los caminos conducen a Roma (y se acaban encontrando en el infinito) el desvío es muy largo, creo. ¿Qué propongo? Dos cosas: practicar la fertilidad del "y": hacer y ser, producir y meditar practicando lo que ya hace siglos se calificó como el "sabio camino del medio" y -en términos más empresariales- entrenar el séptimo hábito de las personas altamente eficaces de Stephen Covey: pararse a "afilar la sierra" que no es otra cosa sino alimentar-refrescar el alma para vivir más y mejor obteniendo los subproductos de la serenidad: lucidez, compasión, templanza, fuerza...
¿Quién dijo que meditar y producir sean incompatibles? Como le confesé a Andoitz -y por favor guárdenme el secreto- toda mi energía y optimismo emergen del silencioso bosque urbano que habito ¡mi fértil, mágica y acaso espiritual meditación en movimiento! Continuará.
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