A Santa Juliana le ha traicionado el colorete. Quizá no tenga un buen día y haya querido compensar su mala cara con un exceso de maquillaje, o tal vez le haya fallado el foco principal del baño principal del salón principal del convento principal en el que vivió y murió en la ciudad belga de Lieja tras haber servido a los pobres y repartido su existencia entre la oración y la contemplación. El caso es que se ha sobrepasado con el rubor de sus mejillas que pudiera encubrir algún secreto.
La madera policromada del siglo XV fue realizada por un personaje anónimo flamenco. En la actualidad se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Bilbao que visité ayer en compañía de mi familia recién llegada de Londres para disfrutar de la Navidad.
La mayoría de los vascos desconocen que el Museo de Bellas Artes de Bilbao es una de las mejores pinacotecas de Europa por la cantidad y calidad de obra que abarca, desde el siglo XIII al XXI e incluye una colección de 89 piezas diminutas del siglo VI a.C. auténticas joyas de las culturas etrusca, romana, helenística e ibérica que reproducen deidades como Artemisa, la diosa arquera (en la fotografía inferior):
También yo, como Santa Juliana, me paso con el colorete algunos días en los que me levanto demacrada del trajín-sinfín laboral. Y como a ella me gusta la contemplación de la belleza de esculturas y cuadros realizados con la lentitud que caracterizaba la vida del medievo. La lentitud de Milan Kundera, escritor checo de culto que tanto me inspiró en los años noventa. La lentitud que repara el cuerpo y el alma de mi gente cuando nos reagrupamos en cualquier lugar del planeta para celebrar o lamentar las heridas del combate cuerpo a cuerpo con la vida un tanto salvaje que se detiene unos segundos entorno a la librería del museo que cierra (por este año) nuestro periplo cultural.
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