Paso unos días en Inglaterra donde viven 89 millones de árboles, según el censo de Kew Gardens que hoy he visitado. No están todos en Kew, pero hay numerosas especies de todo el planeta en perfecto estado de conservación. El llamado Real Jardín Botánico de Kew es tan grande que he caminado ininterrumpidamente durante cinco horas sin alcanzar sus límites, aunque he visto algunos de sus lagos, ardillas, pavos, patos, pájaros, ocas y gansos. Entre los 89 millones de árboles británicos mi favorito de hoy es este roble centenario:
Dado que mi familia siente una intensa fascinación por Japón, tan pronto ha abierto el parque nos hemos dirigido hacia la pagoda y su entorno:
El hecho de que el botánico sea inabarcable me coloca en la posición minimalista que ocupo en el planeta: no soy nada -quizá nadie sea nada frente a la inconmensurable naturaleza y su prodigio-.
En una zona del Kew hay que caminar sobre una plataforma de bambú porque los senderos de barro y maleza están destinados en exclusiva a escarabajos, moscas y otros insectos, cuyo desarrollo precisa de un entorno desordenado y polvoriento -como mi despacho, en épocas de mucho trabajo-.
Cada árbol tiene su momento de floración. Todos son una maravilla en su unicidad: los de hoja perenne nos acompañan con idéntico formato, los caducos no sienten pudor ante la desnudez de sus ramas que los reduce a lo que mi hija llama un aspecto "despelujado" y en el corner de las orquídeas no es posible elegir una más bella que las demás ni más exquisita ni más grande.
La humildad es una virtud que debiera ser de serie en los humanos ante la inmensidad que nos supera por todas partes: el firmamento, los mares, la tierra y sus 89 millones de árboles en Inglaterra de los que hoy he sido consciente. Rindo pleitesía a su grandeza y su belleza y me siento polvo de estrellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario