Hace dieciséis años que pongo empeño en descubrir las claves que transforman un grupo en un equipo. Aún me siento en fase de aprendiz.
Leo afanosamente todo lo que encuentro. Leo, resumo y aplico cuanto aprendo desestimando la hojarasca, y retomando (una y otra vez) la búsqueda de piezas que redondeen el puzzle de mi comprensión de los equipos. Sin embargo, tras ver el documental de Jiro Ono, un referente gastronómico mundial poseedor de tres estrellas Michelín especializado en sushi, me inclino ante la cultura japonesa y su enfoque existencial.
Superados los ochenta años, Jiro sigue al frente de su pequeño restaurante situado en el metro de Tokio y continua investigando la mejor manera de tratar el arroz, cortar el atún o hacer el sushi de huevo, y no permite que ningún trabajador se otorgue el título de aprendiz hasta que lleve diez años en su establecimiento.
Superados los ochenta años, Jiro sigue al frente de su pequeño restaurante situado en el metro de Tokio y continua investigando la mejor manera de tratar el arroz, cortar el atún o hacer el sushi de huevo, y no permite que ningún trabajador se otorgue el título de aprendiz hasta que lleve diez años en su establecimiento.
En el documental, el anciano afirma que los comensales -desde Barack Obama hasta Beckham- acuden a su restaurante para verle dar el último toque al sushi, pero -en realidad- todo lo hace su equipo, el pequeño grupo de hombres que ponen la totalidad de su ser al servicio de los clientes. En un tramo del documental el hijo de Jiro (con gafas, en la fotografía) comparte el secreto de la excelencia: talento, trabajo, curiosidad, perseverancia, humildad y mirar el horizonte en un intento permanente de alcanzar la perfección. ¡Inspirador!
La verdad es que se tarda mucho tiempo en conocer un oficio. Tiempo y esfuerzo sostenido sin perder la inocencia del principiante con amor al trabajo bien hecho y respeto por uno mismo a partir del volcado de la totalidad del ser ¡en la tarea!
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