A los 30 años estaba en la cima de mi carrera profesional como responsable de informativos en Radio Televisión Española (RTVE), un sueño adolescente al que había dado forma estudiando una carrera mientras trabajaba a jornada completa y creaba una familia. Siendo algo bello, la persistencia hasta el logro se había llevado por delante la práctica totalidad de mi tiempo y energía. A ese siguieron otros logros hasta que en 1996 decidí abandonar el trabajo fijo por cuenta ajena siendo el primer miembro de mi familia que renunciaba a una nómina con plus de jefatura. No lo entendieron, no lo compartieron, y estaban persuadidos de que mi decisión era un craso error. ¿Por qué lo hice?
Desconozco si al tomar la decisión tuve tan claras las razones que he ido analizando, razonando y dando sentido con posterioridad.
En RTVE había alcanzado un techo de cristal ya que había llegado al tope del organigrama. Solo era posible escalar siendo un cargo político lo que me hubiera convertido en candidata a la dirección de la emisora en la que ya era jefa de informativos. Aunque entre mis pulsiones adolescentes estaba la de transformar el mundo, la política nunca fue una opción para mí, menos si cabe tras haber entrevistado a cientos de los primeros espadas de la transición española.
Limitada por el invisible -pero no imperceptible- techo de cristal, quise evitar el deterioro motivacional y cognitivo que hubiera supuesto permanecer 35 años más en el mismo puesto de trabajo, con los mismos desafíos profesionales, idénticos micrófonos, compañeros, vicios y manías.
Ahora bien, siendo las anteriores razones de peso, lo que inclinó la balanza hacia mi desvinculación del trabajo fijo bien remunerado fue la insaciable sed de libertad e independencia que aún hoy me inspira. Libertad e independencia, dos motores que me hicieron saltar al vacío y -utilizando una expresión del ensayista libanés, Nassim Nicholas Taleb- me impulsaron a "jugarme la piel", título de la ponencia que compartiré el próximo 4 de julio en Tolosa en un acto patrocinado por la Diputación Foral de Guipúzcoa y Emakunde.
"Jugarse la piel" es emprender una actividad remunerada que te apasiona, plena de sentido, conectada a tu vocación, y asentada sobre tus habilidades, capacidades, conocimientos y experiencia.
"Jugarse la piel" es hacer de tu proyecto una realidad tridimensional que aporte a la sociedad algo único que -en su modestia o grandeza- contribuya a la creación de un mundo mejor.
"Jugarse la piel" es aplicar reglas profesionales que incluyan tanto vínculos transaccionales (hard) como relacionales (soft) donde las personas asuman las consecuencias de sus decisiones: riesgos y gloria por igual.
"Jugarse la piel" es luchar por aquello en lo que crees, ahuyentando el miedo, corriendo con lobos, luchando por ti y por otros...
"Jugarse la piel" es poner el alma en lo que haces cada mañana y cada tarde, cuando puedes y cuando desfalleces, porque hay algo trascendente en juego: un nosotros transpersonal y evolutivo que inclina el planeta del lado de la bondad.
"Jugarse la piel" es poner el alma en lo que haces cada mañana y cada tarde, cuando puedes y cuando desfalleces, porque hay algo trascendente en juego: un nosotros transpersonal y evolutivo que inclina el planeta del lado de la bondad.
"Jugarse la piel" también es detectar "ventanas de oportunidad", soñarlas o dibujarlas como hace Miryam Artola mi compañera-ponente de la jornada que organiza Gema Zelaia en el Hotel Bide-Bide de Tolosa y a quien cederé la palabra tras mi exposición. Continuará.
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