Donde no hay belleza no hay conciencia, susurró Sir John Whitmore en el número 93 de Ifield (Kesington, London) a un grupo de aventajados alumnos entre los que me encontraba (2002).
Tomando por cierto que "donde no hay belleza no hay conciencia", en Kew Gardens vive toda la conciencia del planeta.
Tal es la dimensión de la belleza de sus bosques, lagos, cisnes, cuervos, urracas, ardillas, robles, encinas, camelias, pinos, acebos y las infinitas especies que la naturaleza ofrece con generosidad y esplendor en las cuatro estaciones del año. Ahora -y en a fotografía- la contemplación del otoño tonifica el cuerpo y serena el alma.
Pero cuando salgo del Kew retomo mis quehaceres (acaso mis obsesiones) y coloco sobre mi nariz el monóculo sobre el que analizo lo que acontece: las organizaciones productivas y la convulsa gestión de las personas que tratan de salvar una vida amenazada por la conectividad que derriba fronteras, horarios, intimidades y agendas.
En la city todo va rápido, es intenso y el multitasking es la única oportunidad para mantenerse a flote en compañías cotizadas que se conectan seis (o dieciséis) veces al día por blue jeans con los más recónditos lugares del planeta (y franjas horarias contrapuestas): Australia y México o Munich y Palo Alto...
Esta mañana me he despertado con una imagen y un pensamiento que no se han ido de mi mente hasta bien entrada la tarde. La imagen del Támesis visto desde Kew Bridge -en la fotografía- y el pensamiento de que las corporaciones presionan, los directivos ceden, todos somos personas en un solo mundo y cuando el sufrimiento alcanza a algunos ¡todos perdemos! Después he hecho la maleta y me he dirigido a Gatwick Airport.
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