Bilbao. La ciudad continua en el mismo lugar donde hace tiempo la dejé. Eso me tranquiliza. Aunque -he de reconocer- no es la ciudad de mi infancia... ¡es otra!
Jornada de trabajo en la Torre de Iberdrola
Bilbao es una fiesta. Cuando la visito dispongo de poco tiempo y de muchos planes. Con el transcurso de las horas compruebo que no me alcanza para hacer todo lo que deseo, así que hago descartes pero hay algo que siempre salvo: la visita al Museo de Bellas Artes.
Escaparates de Bilbao
Que la ciudad esté donde la dejé y que algunos cuadros permanezcan colgados en las paredes del museo desde hace décadas son circunstancias que aportan serenidad a mi espíritu. Serenidad y sensación de seguridad: el mundo no se desintegrará ante mis ojos en los próximos diez minutos. -Sé que es un espejismo, pero me reconforta-.
Compro dos tazas para completar mi vajilla
En la Torre de Iberdrola, sede de mi empresa-cliente
La Universidad de Deusto, al fondo
También conecto con la magnitud de la ciudad que agota si decides transitarla a pie durante horas. Las tiendas son grandes y las librerías ofrecen cinco pisos de novedades en varios idiomas... Arrese mantiene la calidad de sus productos cerca de la Diputación Foral de Vizcaya y su pastel de Santiago sigue siendo una tentación irresistible. En síntesis: la ciudad colma todas las expectativas de mi alma errante.
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