viernes, 4 de julio de 2008

Consejos de mi padre

Mi padre murió a los 56 años de un infarto.
Yo le quería muchísimo: me compraba tebeos, jugaba conmigo al parchís, me enseñó a nadar, andar en bicicleta y a jugar al ping pong.

Aunque era "la niña de sus ojos" me educó como a un chico y me ofreció grandes consejos como este: equilibra tu corazón con tu razón.

Durante décadas le he hecho caso y he sido una niña buena. Hasta que alguien me dijo que "las niñas buenas van al cielo y las malas a todas partes". Ahora voy a todas partes aunque no he dejado de creer en mi padre ni por un momento.
Acaso querer y creer (en alguien) sean sinónimos.

Trabajo con una mujer a la que llamaré Afrodita en honor al arquetipo junguiano centrado en al amor. Hacemos Coaching un par de veces al mes. Afrodita está dejando de querer a su pareja porque ya no cree en él. Sin alas para volar acompasados, ella se está rompiendo.

Esta mañana, tomando un cortadito en la terraza del Café de La Concha, frente al mar, le he puesto nombre a su sufrimiento: Afrodita se encuentra bajo su Línea de Plimsoll.

Todas las embarcaciones poseen una marca -llamada Línea de Plimsoll- que indica el máximo nivel de carga que puede soportar sin hundirse. Los psicólogos del ejército norteamericano hacían referencia a este concepto cuando algún soldado no podía resistir más emociones violentas. Decían que el individuo en cuestión se encontraba "bajo su Línea de Plimsoll".

En estas condiciones Afrodita se esfuerza mucho y logra poco. Ella planifica, se disciplina, lo intenta... sin embargo, su carga (peso descomunal del desamor)le impide avanzar hacia su destino.

El Coaching está evitando que se hunda. De veras que así lo creo y ella lo comparte conmigo una y otra vez.

Ahora bien, cuando me quedo a solas, no puedo evitar cierta tristeza al sentir lastrado el mágico potencial transformador del Coaching.

No conozco al padre de Afrodita, ni sé de sus consejos. Tal vez no sirva darle el mío: "Por favor, equilibra tu mente con tu corazón mientras juegas al parchís, vas en bicicleta o nadas frente al Cantábrico rozando embarcaciones y bellas Líneas de Plimsoll".

Por favor: No te hundas.

Comentarios bienvenidos en: azucenavega_coach@yahoo.es

3 comentarios:

P.R. dijo...

Quizás podamos concluir que para amar plenamente, creyendo en el ser amado, hace falta sobre todo lealtad mutua. Entendiendo lealtad como algo que va mucho más allá de la pura fidelidad física. Hay amores que pueden ser eternos pese a la distancia y otros, cercanos, fieles y cotidianos en realidad no existen.

Azucena Vega Amuchástegui dijo...

Su comentario es profundo, está bien escrito: despierta usted mi curiosidad. ¿Querría, en algún momento, identificarse?
Mil gracias.

Mars dijo...

Buen paralelismo el de la línea plimsoll con el límite de nuestro aguante.

Si para marcar los límites de carga del casco de un navío, rígido, fuerte, metálico se emplea ese acertijo de círculo y líneas ¿qué emplearemos para alertarnos de nuestro límite siendo rígidos y flexibles, fuertes y débiles, humanos...?

Cuando vemos que la línea de flotación se acerca a la marca grabada en el casco no nos queda más que echar por la borda carga, la menos valiosa, la más pesada... quedarnos con lo esencial. Toda nuestra pericia de marinos, todo nuestro arte y nuestro entrenamiento quizá sólo alcancen, tras trabajosas maniobras, a buscar aguas que nos alejen del riesgo inmediato de zozobra.

Y si sentimos que somos nosotros los que nos hundimos, que la presión comienza a colapsarnos, ¿qué haremos?. No somos un casco de acero, no sólo podemos despojarnos de lo que nos sobra. Somos flexibles y, pienso, ¿podemos, quizá, aumentar nuestro volumen, nuestro calado?, hincharnos, desplazar al agua, flotar con más facilidad. Sé por experiencia la enorme energía que se consume al intentar mantener una sobrecarga y lo provechoso que puede resultar el distraer “recursos” de ese titánico esfuerzo para dedicarlos a expandir nuestros recursos, incluso los que no empleemos en soportar sobrecargas