Vuelo en caída libre y sin motor. Así están algunas personas en el momento en el que su vida se cruza con la mía. Demasiado peso. En ocasiones le damos la vuelta a la historia y -a un metro del suelo- remontamos el vuelo cuan avionetas acróbatas y exhibicionistas del mejor ejército. Superar la desesperanza no es tarea fácil, créanme.
Pagaría cualquier cosa por tener una máquinita que detectase con precisión científica el momento en el que una persona está a punto de romperse. Romperse por dentro ¡claro está! Lo único que de verdad a mi me importa. La carcasa es cuestión de cosmética y eso lo dejo a cargo de los laboratorios Origins, una de mis marcas favoritas (no testan con animales y utilizan vegetales en sus fórmulas para la eterna juventud). No me pagan ráppel por recomendarles. ¡Lástima!
Cuan gomas elásticas algunas personas se estiran y estiran y estiraaaaaaaaaaaaaan hasta límites insospechados por alcanzar la felicidad posible. A veces la felicidad imposible también. Cuando se aproximan al abismo suenan algunas alarmas que sin embargo han aprendido a desoír: Duermen mal, se ríen poco, se les atraganta la comida y -sobre todo- dejan de jugar. Este es un síntoma inequívoco de la cercanía del precipicio. Todo es demasiado importante, demasiado serio, demasiado trascendente.
Vuelo en caída libre y sin motor... así están algunos cuando su vida se cruza con la mía. Entonces -antes del pressing al que obliga mi oficio- me pregunto si ya han traspasado o no el límite que separa la cordura de la sinrazón, la esperanza de la desesperanza, la seriedad del juego.
Gomas elásticas que caminan con maquillaje y apariencia de normalidad en los cafés, parques y restaurantes mientras por dentro se resquebrajan como muñecas de porcelana trasteadas por el destino.
¡¡Por favor!! Construyan cuanto antes una máquinita que detecte con precisión la cercanía del abismo para que no resulte posible desoír las señales de alarma: Pérdida de la risa y el apetito, del deseo de jugar y de dormir a pierna suelta... Para volver a reír, a jugar y amar.
¡¡S.O.S. Científicos!!
Pagaría cualquier cosa por tener una máquinita que detectase con precisión científica el momento en el que una persona está a punto de romperse. Romperse por dentro ¡claro está! Lo único que de verdad a mi me importa. La carcasa es cuestión de cosmética y eso lo dejo a cargo de los laboratorios Origins, una de mis marcas favoritas (no testan con animales y utilizan vegetales en sus fórmulas para la eterna juventud). No me pagan ráppel por recomendarles. ¡Lástima!
Cuan gomas elásticas algunas personas se estiran y estiran y estiraaaaaaaaaaaaaan hasta límites insospechados por alcanzar la felicidad posible. A veces la felicidad imposible también. Cuando se aproximan al abismo suenan algunas alarmas que sin embargo han aprendido a desoír: Duermen mal, se ríen poco, se les atraganta la comida y -sobre todo- dejan de jugar. Este es un síntoma inequívoco de la cercanía del precipicio. Todo es demasiado importante, demasiado serio, demasiado trascendente.
Vuelo en caída libre y sin motor... así están algunos cuando su vida se cruza con la mía. Entonces -antes del pressing al que obliga mi oficio- me pregunto si ya han traspasado o no el límite que separa la cordura de la sinrazón, la esperanza de la desesperanza, la seriedad del juego.
Gomas elásticas que caminan con maquillaje y apariencia de normalidad en los cafés, parques y restaurantes mientras por dentro se resquebrajan como muñecas de porcelana trasteadas por el destino.
¡¡Por favor!! Construyan cuanto antes una máquinita que detecte con precisión la cercanía del abismo para que no resulte posible desoír las señales de alarma: Pérdida de la risa y el apetito, del deseo de jugar y de dormir a pierna suelta... Para volver a reír, a jugar y amar.
¡¡S.O.S. Científicos!!
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