martes, 15 de septiembre de 2009

Volver al Gym

Apuro el último sol del verano paseando a primera hora de la mañana por la playa en compañía de las gaviotas, los pescadores y las olas que lamen mis tobillos. Una hora de paseo durante el que se me ocurren las mejores ideas creativas para los proyectos que ocupan la mesa de mi despacho y mis neuronas... De vez en cuando veo una concha de mar, una piedra de colores, un palito singular llegado del más allá... del Atlántico, de una isla desierta, de un barco pirata o de un naufragio.


A las ocho de la mañana se está bien en la playa. El sol se despereza a unos metros del horizonte y como aquel anuncio antiguo de estufas... calienta pero no quema... Difícil encontrarse con conocidos y, sin embargo, hoy me he cruzado con un antiguo amor. ¡Menos mal que siempre camino con un discreto pareo! El hombre, estupendo, de unos cuarenta y tantos, moreno, con gafas de sol, atlético y con un bañador de cuadritos hasta la rodilla ha sonreído hasta las agujetas, ha estado muy amable y seductor y en la despedida me ha dicho que me encontraba igual de atractiva que hace... ¡veinte años!

Qué cruel es la vida... y que piadoso mi ex. Hubiera dado cualquier cosa por escuchar su monólogo interior al alejarse o al comentar nuestro encuentro con unos amigos tomando unas cervezas. Seguro que sonaría algo así como: monísima... aunque creo que le sobraba medio kilo de galletas... Menos mal que llevaba mi pareo estampado del mercado de Rotterdam. Tengo que volver al gimnasio. Los años, los kilos, el desgaste no perdonan. Mañana me pongo a ello, ¡qué digo mañana! en cuanto me haga la digestión.

Medio kilo de galletas instaladas en la muslera superior... decididamente no quisiera escuchar esa cantinela de mi antiguo amor. En dos horas comienza mi entrenamiento ¿se animan?

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