Con asiduidad siguen el blog muchos coaches, algunos líderes, varios terapeutas y numerosos docentes de universidades y escuelas de negocios. Todos trabajamos con adultos y -en alguna medida- nos esforzamos por dimensionar el talento que ya existe en las personas propiciando que ejerciten (una y otra vez) como en un gimnasio de habilidades y actitudes.
Pues bien, acabo de terminar de leer Las claves del talento (Zenith Editorial) en cuyas páginas finales (entre la 165 y la 211) relata Dan Coyle un puñado de experiencias reales de exitosos entrenadores deportivos, artísticos y empresariales de todo el planeta. ¿Saben? La mayoría comparten algunas características que pueden inspirarnos a quienes nos consideramos aprendices de mago.
Los buenos profesionales escuchan mucho más de lo que hablan, y lo hacen en varios niveles. Además practican una mirada firme, profunda y limpia, casi un láser cuya pretensión es descodificar a la persona que tienen delante. Abordan el entrenamiento más como un arte que como una ciencia, lo que les permite adaptar el estilo, ritmo y lenguaje a cada persona. Básicamente son espejos que se vuelcan en llenar los tanques de amor y el combustible de la motivación en la certeza de que cada persona tiene todas las respuestas y capacidades para convertirse en la mejor versión de sí misma. Con primor y paciencia, dedican décadas a aprender la forma de enseñar, hasta que se convierten en una matriz. Cuando no existe un sistema diseñado para un alumno, sencillamente ¡lo inventan!
Por último, los buenos entrenadores consiguen hacer de sus alumnos pensadores independientes deseosos de profundizar en su arte o ciencia siempre un poco más. La mayoría de ellos llevan treinta años entrenando, razón por lo que los mejores se aproximan a los setenta años de edad.
Al final... va a tener razón mi filósofo del bosque de Aiete: las personas de sesenta, sesenta y cinco, y setenta años son la verdadera -acaso la única- esperanza de cultivar el talento (de otros) en las empresas, instituciones, fundaciones y organizaciones no gubernamentales del siglo XXI. El mero paso del tiempo no asegura la sabiduría. Sin embargo, la neurociencia y la lógica avalan que la sabiduría precisa muuucho tiempo para su aprendizaje y desarrollo. ¿Por qué desperdiciar esos "caldos maduros" en su mejor momento y aroma existencial?
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