Quienes me conocen saben que yo cada semana renuevo mis votos: no de castidad, je je... sino mi petición a la cocina cósmica para que me envíe ¡de una vez! la varita mágica que necesito. Silencio burocrático-institucional, como en el peor de los juzgados. Vaya... que... ni caso. Y la cuestión es que cuanto más me adentro en el muestrario humano más imprescindible me resulta. A veces por la dificultad de las situaciones, otras por la intensidad del dolor, o por la complejidad de los laberintos.
Hoy ha sido una larguísima jornada de trabajo que ha tenidos sus sístoles y diástoles en representación a escala de los latidos existenciales que todos atravesamos. Por la mañana, me he sentido tan entusiasmada con el proyecto que teníamos entre manos que notaba el vértigo de rodar por valles y montañas sobre la esfera del globo terráqueo. Alegría y potencial en estado puro. A media tarde, la meseta de un entrenamiento convencional dirigido hacia el logro de un objetivo convencional. Acercándonos a la noche, un drama organizacional que me ha dejado baldada como si cargase sobre mis frágiles hombros el peso entero de la tierra. Luces y sombras de esta apasionante profesión.
Antes de dormir, a la hora de los maitines nocturnos -que dice mi amigo Txema- me encomendaré a sirios y troyanos para que propicien un motín allá arriba y acaben por enviarme ¡de una vez! la varita mágica que tanto necesito para dulcificar ciertos dramas cotidianos. Remeros de Merlín. Pajarada de post... lo reconozco ;-D
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