Hay días mágicos en los que conoces a una persona de cristal. Se las reconoce porque sobrevuelan el suelo a un centímetro del asfalto. También porque escuchan con los ojos, acarician con las orejas, sienten con la nariz y -en general- tienen muy desarrollados los cinco y otros sentidos. Hoy ha sido uno de esos días mágicos a orillas del Nervión, dando un paseo al comienzo de un proceso de entrenamiento.
El cristal puede ser cortante o dulce. Cortante si se siente atacado, herido o infra-valorado. Y dulce como una canica si se siente reconocido y apreciado. En todos los casos el cristal resulta atractivo, transparente y juguetón en su parpadeo de luces y color. También es frágil por su sensibilidad, ¿hiper-sensibilidad? En verdad me pregunto quién está moralmente capacitado para etiquetar a los demás, para otorgar clasificaciones de insuficiencia o exceso... ¡Convenciones! Vivimos sumergidos en una pecera que se encoje en la medida en la que la llenamos de convenciones: paradigmas no revisados.
Hablo de un artista de cristal vestido de negro, de ojos negros, de ágiles conexiones neuronales, de radares axiales en la captación reflexiva de los conceptos y del aprendizaje. Fluido en el verbo, me ha explicado con exquisitez qué hace. Sin embargo, se ha bloqueado al preguntarle quién es. Curioso... ¿no les parece? El tema no resuelto de la identidad, resta potencial al desarrollo del talento, lastra el vuelo, acorta alas, empequeñece sonrisas, encoje sueños y -quizá- agiganta el desconcierto. La identidad. ¿Quién soy? ¿Quién eres? Aquí estoy... te veo... me importas hombre de cristal, pequeño genio de los fogones ¿o eres grande? ;0)
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