El Cantábrico da miedo. No es que yo me asuste con cualquier cosa: no me despeina la rótula de mi hija en carne viva tras un accidente de esquí, ni las placas de hielo de las pistas negras de Cauterets, ni una víbora a un centímetro de mi bota en los Ibones Azules (Pirineos).
Hoy, sin embargo, el Cantábrico da miedo: olas de dos metros en la orilla de la playa ¡dos metros! muy por encima de mi cabeza. Rompen con violencia extrema en un ¡splash! espumoso que se prolonga hasta el edificio de La Perla (termas) donde temen la quinta inundación en la última década. En la zona del Peine de los Vientos de Chillida, las olas se alzan por encima del petril barriéndolo con agresividad psicótica. Los barcos han desaparecido del horizonte: ni una piragua, ni un velero, ningún surfista se sumerge en las revueltas aguas del Cantábrico tras una noche de lluvia torrencial.
Contemplando el espectáculo me he acordado de un empresario al que entrevisté en mi etapa de periodista, Yvon Chouinard, propietario de Patagonia, una empresa volcada en la fabricación de materiales deportivos. Nacido en 1938 y asentado en California, Ivon es un hombre curtido por el viento, el frío, la montaña y la vida (acaso la prueba más extrema). El mensaje de este empresario de raza, de este pionero del surf y de la aventura en el vivir y fabricar, no es otro que el de aunar satisfacción plena y beneficio empresarial. Parte de la experiencia de Patagonia se recoge en el libro titulado Que mi gente vaya a hacer surf -Ediciones Desnivel- donde el gerente aparece fotografiado en bermudas, con los pies encima de una mesa de bambú y algunos aperos de surf al fondo de la estancia.
Me contó Chouinard que cuando su plantilla veía olas surfeables salían de estampida hacia la playa -abandonando las tareas- para retomarlas en los tediosos días de calma chicha, haciendo posible las presuntas dicotomías: placer - deber, naturaleza - interiorismo, ocio - negocio. Al despedirnos tras la entrevista, Chouinard me dijo algo que entendí como un piropo siendo - como es- hombre de escuetas y firmes palabras: que yo era un tornado con la fuerza de un maestro, de un lama. Le agradecí educadamente el cumplido calibrando que me veía con la piedad de un padre bondadoso.
Años después, cuando las olas de dos metros me han golpeado, me he acordado de él. También hoy, ante la contemplación del mar enfurecido... y (con humildad y realismo) he plegado alas: tenía razón el intrépido montañero Chouinard, sólo la persistencia terca en el empeño de "ser" sobrevive a la barbarie de un destino.
1 comentario:
Azucena, no es acaso la creacion de esos espacios para el "ser" el principal proposito de nosotros los coaches?. Gracias por tus palabras que suscribo y aplaudo como "coach y coachee".
Un abrazo desde el mar embravecido. Inma
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