Bajo el influjo del poderoso mar, percibo la vida como un perpétuo remontar olas virulentas, mansas, espumosas, saladas, rebeldes, traicioneras, fuertes o melífluas. Olas.
Algunos de los profesionales con los que trabajo son aficionados a la práctica golfista -en el sentido deportivo del término je je- y me hablan del Máster de Augusta y de sus preferencias por un ídolo caído al abismo que lucha por alzarse de nuevo: Tiger Woods, midiéndose -al parecer- con un jovencísimo norirlandés llamado Rory McIlroy. Diferentes personalidades, estilos, momentos vitales y -si hablamos en términos empresariales- diferentes curvas de aprendizaje o experiencia.
A un metro del Peine del Viento de Chillida he calibrado tan desafiante la creciente y brava marea (que descabalga una y mil veces a los surferos) como una frase reciente Tiger Woods: "... no importa lo que logras, sino lo que superas...".
Como recordarán, Tiger perdió a su esposa e hijos tras un traumático divorcio al desvelarse escandalosas relaciones con algunas damas poco discretas. Después de padecer un rudo golpe en su prestigio, parece que Woods ha aprendido de la medicina homeopática que antes o después probamos todos: las adicciones, ideas limitantes, los complejos, la quiebra, las enfermedades, el cansancio, el mobbing, acoso sexual, el despido, el maltrato, el alcoholismo... En fin, cada uno de nosotros tenemos un oleaje particular que vamos dejando atrás (superando) porque sólo la última onda te mantiene en pié: disfrutando del vivir, con la cara llena de salitre, un sabor muy parecido a las lágrimas.
Ya saben lo que dicen los surferos: las olas van en series de siete.
Súbase a una ¡ahora! y supere todo lo que le empequeñece.
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