Voy por la tercera taza de Choui Fong Oolong y me siento feliz tras ocho horas de sueño reparador, un sereno despertar sin reloj y -ahora- el desayuno frente al jardín de la enorme palmera, el también enorme acebo, y el raquítico azahar que maltrataron los jardineros municipales en su última poda.
Siento el cuerpo hueco, ligero (casi flotante) sin dolor o contractura alguna, lo que es una gloria a cualquier edad y el nirvana a los cincuenta. El Choui Fong Oolong es un té de extrema calidad importado de Taiwan que descubrí hace tiempo previa receta de un afamado naturópata de Bilbao. Es uno de los diez mil trucos naturales que -incorporados a lo cotidiano- contribuyen a la lucidez porque las propiedades de estas hierbas no afectan sólo al cuerpo, sino a la mente ¡un placer y un chute de vitalidad al comienzo de la jornada!
Al fondo de la tercera taza el color es verdoso-amarillento clarito porque no lo he cargado mucho... dos tostadas de pan de centeno con mermelada bio sin azúcar, unas almendras y un buen trozo de queso de cabra adornan mucho y bien el fondo de taza y su aroma...
A pesar de que es un martes laborable, he decidido tomarme la mañana libre y entera para mí. Digamos que cuento con cuatro horas para hacer exactamente lo que quiera: tengo varios planes que pugnan por alzarse con el hit de la mañana. Opto por la playa porque hace sol aun cuando la temperatura todavía resulta fresquita. Por primera vez en esta temporada me calzo las sandalias rojas a juego de una chaqueta también roja y ligera con diseño Gudrun. Me cuelgo la mochila aventurera y cinco minutos más tarde tengo los pies a remojo en un Cantábrico en calma. Cuatro vueltas de playa después... me acerco a la terraza del Brankas -donde hacen el mejor café de San Sebastián- saco mi libro, mi cuaderno, los tres bolígrafos de colores del grosor 0,7, las gafas de lectura y me desconecto del mundo como se desconecta una unidad de cuidados intensivos cuando todo ha terminado. Durante la siguiente hora desaparecen: el mar, el viento, el sol, los niños de la terraza, las bicicletas, los primeros turistas, las gaviotas, los veleros, las motos, los repartidores de Kaiku y Bimbo... todo, excepto la sensación de flotar, de ligereza ¡de fluidez!
Supongo que esto es lo que mi amigo Fernando Felip (asesor financiero) llama un kit kat, entiendo que esto es lo que Stephen Covey (experto en management) califica como afilar la sierra, lo que Csikszentmihalyi (experto en creatividad) llama fluir, y lo que Terry McMillan (escritora americana) describe como tomarse un respiro. Cierro libro, recojo las gafas, los bolígrafos... me cuelgo la mochila y vuelvo a casa rozando la felicidad de las pequeñas cosas con la yema de los dedos.
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