viernes, 13 de octubre de 2017

Mejor en armonía que enrabietados



El día ha comenzado con un ala rota y -aplicando toda mi magia- he conseguido evadir la nostalgia que luchaba por hacerse consciente-presente en mi actividad profesional. Confieso que he conseguido salir airosa tirando de oficio más que de alegría, pero cuando al final de la tarde he llegado a casa, mi ánimo chapoteaba del lado oscuro, así que me he aferrado al teclado del ordenador como un naufrago al escollo del navío.

Una persona a la que conocí se ha suicidado dejando tras de sí algunos sueños y un inmenso amor por la vida, que la vida no ha correspondido. Me he puesto seria por dentro al comprender la fragilidad humana ante la bestia del dolor que -a veces- nos gana la partida. 




La jornada ha traído sus desafíos, y yo he acudido puntual a la cita con dos equipos industriales (de diferentes empresas) en los que han salido a flote algunos corchitos que llevaban tiempo sumergidos en el fango: ciertas tensiones interpersonales aliñadas con un pizca de ego, cortoplacismo, ambición y crueldad. Me he sentido frustrada al sentir la modestia de mi oficio para transformar el mundo (empresarial).  

Sobre la mesa de trabajo tenía abiertos los apuntes de la master class que impartiré en Bilbao -la semana que viene- a una veintena de directivos a los que explicaré que entre los factores que aseguran la viabilidad de un equipo destaca uno: la capacidad de ayudarse mutuamente. Ayudarse. Mutuamente. ¿A qué esperamos para recuperar las alas?



Cansada pero aún lúcida, me he ido a la cama con el informe del World Economic Forum que sintetiza las características de los profesionales del futuro (2020): resolver problemas complejos, pensamiento crítico, creatividad, gestión de personas (¡ay las personas!), coordinación con otros, inteligencia emocional, criterio en la toma de decisiones, orientación al servicio (¡ay el servicio!), flexibilidad cognitiva y negociación.

Recompongo mis alas para sobrevolar corchitos que emergen del fango, de vez en cuando, en las organizaciones y -de paso- aligerar sufrimiento innecesario provocado por el factor humano -del que otro día escribiré-.  


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