Finales de agosto. Tarde de sábado. Vivo mi último fin de semana vacacional antes de enfilar el tercer cuatrimestre del año: el lunes retomo mi actividad en el despacho. Dado que nadie ha clarificado si podremos trabajar en plenitud o si volverán a confinarnos, quienes tienen niños sienten una especial zozobra al no poder organizar sus agendas ni calcular cuántas horas tendrán que contratar a la niñera.
El cuidado de los niños al mismo tiempo que hacer frente a las cuestiones domésticas y cumplir con los objetivos profesionales a jornada completa ha sido un coctel de alta intensidad que la mayoría de las personas no desean repetir. Sin embargo, quizá ocurra.
En la etapa de confinamiento trabajé muchas horas con clientes nuevos y antiguos, uno de los cuales se echó a llorar -al otro lado del Zoom- roto de estrés. Se trata de una persona equilibrada, racional, sensata y amante de los niños que, sin embargo, a mediados de mayo había quebrado por sobrecarga. Recuerdo que me dijo: "... Azucena estoy haciendo de padre, cocinero, jardinero, profesor y -para ganarme la vida- consultor cuando los niños se acuestan... No puedo más...". Dedicamos un par de sesiones al dilema y hallamos una solución que funcionó.
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