Atribuyo los males del mundo a la falta de alma en la toma de decisiones de los humanos. Algunos sinónimos harán más "digerible" el concepto: ausencia de principios, de ética, valores, propósito, moral... Y -aunque la simplificación se considera un defecto- cuando intuyo una verdad limpia como el corte de un bisturí, me rindo a sus encantos.
Cuatro décadas de vida laboral son un período pequeño para la historia de la humanidad, pero extenso en la mirada de un mortal que ha tenido el privilegio de trabajar siempre con personas; primero en el periodismo, y después en la consultoría entendida como el acompañamiento de procesos de cambio, aprendizaje y mejora. Muchas vidas y un amplio abanico de situaciones en las que es posible observar la trazabilidad entre la causa y el efecto, la toma de decisiones y sus consecuencias.
La atenta observación del mundo registra en la retina guerras, hambrunas, abusos, maltratos, humillaciones y miseria, hechos que en gran parte se derivan del lugar desde el que tomamos decisiones los humanos. ¿Ponemos el alma en el centro de la ecuación o decidimos teniendo en cuenta otros parámetros? Ahí radica el quid de la cuestión.
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