Cuando algunos hombres de treinta-cuarenta años se parapetan en la palabra "honestidad" al confesar no estar preparados para vivir en pareja, la verdad es que no se atreven a asumir compromisos emocionales. Y cuando algunas mujeres salen de caza los viernes, esconden su terror a no sentirse deseables mientras se cuestionan su "valor de mercado".
En ocasiones, cuando una empresa afirma cuidar la comunicación se refiere a instalar una Torre de Babel en medio de un desierto de sordos. A ratos, cuando animo a las personas a perseguir un sueño -que calibro escurridizo- lo hago porque estimo letal la punzante cuchillada de la desesperanza. A veces el sueño se hace realidad y otras no. Y cuando la pompa de jabón estalla me pregunto si me equivoqué al alentarlo: nunca acabo de tener una respuesta que me tranquilice por completo.
Cuando los hombres de treinta-cuarenta años hablan de la honestidad, esconden la cobardía; y cuando las mujeres salen de caza, huyen de la soledad. La incomunicación confunde el medio con el mensaje, y el qué con el cómo. Casi siempre es más fértil creer en un sueño que abortarlo, aunque nunca acabo de tener una certeza que me tranquilice por completo.
Hoy he recorrido las tres capitales vascas donde parece acomodarse un remanso veraniego. En Bilbao (donde escribo) la calidad del aire es buena -según dicen los paneles municipales- y el termómetro marca treinta grados. Quizá por eso se derriten las neuronas en filosóficos pensamientos que comparto.
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