viernes, 3 de junio de 2011

Middle day off

Llevo todo el día preguntándome cómo será poder dedicar cada jornada cuatro horas a la creatividad -entendida como investigar, leer, escribir y publicar- y otras cuatro a trabajar, como hace el profesor James C. Collins de la Universidad de Standford a quien re-leo estos días. Creo que esta proporción 50%-50% refleja el sueño que vengo arrastrando desde la infancia como un peluche muy querido y desgastado por el trasiego de tres décadas.

Les contaré como estaba el despacho esta mañana: lleno de papeles sobre la mesa negra de la entrada, con mi portátil Samsung esperando cargar la batería tras una sobredosis de uso, el portafolios con los dossiers de los entrenamientos de los últimos días, algunas llamadas por devolver, más de treinta Emails en la bandeja de entrada, la petición de un contrato para ponernos en marcha en un proyecto interesante, un cliente gordo esperando una respuesta en tema de impuestos, otro en espera de resolución de unas subvenciones Hobetuz, las plantas de la terraza sin abono, la impresora sin papel, las grapadoras vacías, las fotocopias de la semana que viene esperando en la repisa... en fin, en medio de está voracidad, he cometido un acto irresponsable (casi temerario) y me tomado la mañana off -como diría mi profesora de San Francisco-. Una mañana libre para sentir el sol del mediodía, oler las flores que vende la madre de Jasone en el precioso mercado central, comprarme unas alpargatas donostiarras, dos pares de pinkies de algodón, unos bolígrafos de gel del 0,7 en tres colores y un pan de centeno que sólo hacen en Sentido Común, una tienda rarísima de lo viejo. Después, me he tomado el cafecito en la terraza mirando al mar, con The Primal Leadership entre las manos... y he vuelto al despacho, pasada la una del mediodía, para teclear en el blog y acometer poco a poco la tarea.

Sienta bien tomarse el 50% del día creativamente, aunque no estoy segura de que el proyecto interesante, el cliente gordo y el Hobetuz estén tan contentos. Lástima, porque el peluche, Collins y yo nos lo hemos pasado de lujo.

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