Es miércoles uno de enero del recién estrenado 2014, son las siete de la tarde y llevo un rato peleándome con el teclado porque las frases no fluyen: se atascan y retuercen como un estómago empachado.
Aunque las razones pueden ser variadas -sueño, exceso de viandas, pérdida de inspiración- me inclino por pensar que se trata de cierta saturación de temas sobre los que escribir: son tantos y tan variados que en cuanto me siento frente a la pantalla comienza entre ellos la puja por salir el exterior a través de las yemas de mis dedos. Pugnan con tal ímpetu que colapsan mi cabecita, la precisión idiomática, el orden gramatical y la coherencia narrativa ¡vamos, un desastre para el post!
Comienzo a escribir por quinta vez consecutiva y lo hago sobre un hecho cierto: me siento feliz como una lombriz, y aunque no suele preocuparme si la felicidad es motivada o inmotivada, en esta ocasión soy consciente de algunos detalles que han colmado mi dulce saquito de afectos.
Para empezar, mi diminuta familia se ha reagrupado para los festejos navideños más y mejor que nunca. Más alude a la frecuencia y al contexto geográfico. Mejor al estilo de relaciones que hemos disfrutado. Si la Navidad y sus hechizos fuesen un imán yo diría que los miembros de nuestra pequeña familia se han fusionado con ella como redondas piezas de metal atraídas por el magnetismo de estar juntos sin más pretensión que conversar, comer-beber con moderación, y sentir el dulce sentimiento (pocas veces expresado) de genuino aprecio por los demás que siempre son distintos en edad y condición, lugar de residencia, ideología política, cultura u oficio...
"Reagruparse" me parece una bonita expresión que acaso signifique juntar aquello que un día estuvo nuclearmente unido antes de que la codicia confundiese a los hombres sobre lo que realmente importa. Y ¿qué es lo que realmente importa? cabe preguntarse siguiendo la lógica del texto...
Ningún viento es favorable
para quien no sabe a qué puerto se dirige.
Importa sentir hasta la médula la belleza del paisaje que captura parcialmente la fotografía tomada el último día del 2013. Me importa porque es un páramo sagrado, mágico y silencioso al punto de que no revelaré su nombre para preservar la vida de los duendes, hadas y gnomos del lugar ;-D
Gozar del máximo lujo significa poder dibujar un stop en mi agenda para viajar a lugares donde la vida fluye a raudales sin explicaciones mundanas y sin el bla bla bla mental: un río transparente y cantarín, un lecho de hojas secas, algunos hongos chafados, muchos pájaros y piedras, árboles de ramas desnudas y una atmósfera que te hace feliz por el mero hecho de ser-estar y de sentir el privilegio de estar vivo. Lo que importa es hacerse algunas preguntas sobre el año que comienza como el tópico: cuan hoja en blanco esperando la colmemos de acciones con sentido, acaso con un propósito trascendente que nos motive cada mañana a ejercer nuestro oficio llenos de energía y de ternura como una contribución única a nuestro planeta. La actividad remunerada a la que llamamos trabajo no es algo banal. Tampoco puede ser un mero ganapán. Dedicamos tantas horas, días, semanas y años al trabajo que sería una hemorragia existencial entenderlo sólo como algo que hay que hacer para llegar a fin de mes.
Para mi el máximo lujo es dedicar tiempo a la contemplación en un paisaje tan bello como el de la fotografía porque me importa hallar respuestas a las preguntas ¿de dónde vengo? ¿dónde estoy? y ¿a dónde me dirijo? Así que como todas las nocheviejas desde hace una década he construido mi Mapa de los Deseos 2014 con imágenes, dibujos y textos que resumen mis sueños y propósitos para los próximos doce meses: pocos deseos materiales pero mucha ambición intelectual-espiritual porque busco afanosamente el propósito de mi vida que quizá pase por ser feliz para mejor trabajar y servir a los demas: la diminuta familia, la tribu de mis clientes y colegas, y los rostros del aun desconocido porvenir.
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