De plastilina, las barandillas de La Concha ceden a la arrolladora fuerza del mar, la mar. Enfurecido como un Dios traicionado el Cantábrico destroza las frágiles construcciones de los humanos.
De no ser por el coste económico para ciudadanos e instituciones, los destrozos me importarían un pito porque la naturaleza, el mar, la mar, tiene sus razones para rebelarse contra una civilización que no atiende, que no escucha, y que no respeta nada en un supremo ejercicio de soberbia.
2 comentarios:
Ademas, el resultado no esta feo, segun lo que veo. allí va la zona de confort de Donostía!
Gracias Christian por asomarte al blog. Un abrazo, desde San Sebastián. ¡Gracias!
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