sábado, 1 de febrero de 2014

Esa mirada ¡duele!


Hace días que este rostro me espera  a diez grados bajo cero en las heladas calles de Kiev

Resulta fácil rehuir su mirada si no entro en el blog, donde se ha instalado como un okupa. Pero si accedo a la bitácora aparece y me mira directamente a los ojos con una mezcla de dulzura, sufrimiento, rebeldía, súplica, cansancio, desesperanza, resilencia y belleza que me alcanza tanto o más que el dardo de la palabra cuando leo las noticias de lo que acontece en Ucrania (Europa del este). 


No entro al fondo del asunto porque desconozco la compleja política de la ex-república soviética. Me quedo con el ser humano que habita bajo el gorro de lana cubierto por la capucha del anorak. ¿Un hombre? ¿Una mujer? Sin duda tiene coraje porque a cuatro metros de distancia tiene al ejército armado y con capacidad para detener y encarcelar. Coraje para cuestionar el status quo y transgredir la norma que atenaza, amordaza y axfisia con gases tóxicos.

Su mirada duele.  Y -aunque mi territorio de juego laboral  no está a diez grados bajo cero ni llevo máscara antigas- mi mente establece conexiones con este ser humano porque -en mi opinión- casi todo tiene que ver con el cambio que se facilita o dificulta, que se acomete o postpone, que se realiza o aborta. Cambio adaptativo/intencional, sintomático/causal y cambio de arriba-abajo o (como en el caso de Kiev) de abajo hacia arriba (botton-up, que decimos en jerga empresarial).


Afirma hoy en El País Andrea Camilleri que " un pueblo que se resigna está acabado". A sus ochenta y ocho años el prestigioso escritor conserva intacta su lucidez y rebeldía cuando afirma que la justicia social se aleja cada vez más del horizonte. 

Ya está, ya he escrito. Pero él/ella no se marcha. Parece resignado/a a sufrir estoicamente el frío y el cansancio y sigue mirándome como si quisiera sacudir un poco mi conciencia. Temo por su integridad. Creo que voy a invitarle a casa porque su mirada refuerza mi  coraje para seguir empujando el cambio intencional en las organizaciones en las que trabajo desde el minúsculo córner de influencia que me otorgan.


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