sábado, 7 de noviembre de 2015

Cero Ego


Poco después de publicar mi segundo libro me pidieron un haiku para una antología. En el año 2000 se editó el volumen y hasta hoy no había vuelto a sentir la profundidad del texto diminuto:

Naturaleza y Silencio, la única medicina.


Sábado. Empacho de hojas secas aliñadas de musgo en salsa de boletus en el mágico hayedo cuyas coordenadas oculto al GPS de turistas y curiosos. ¡Siiihhh!  Silencio para no asustar a los ciervos. La retina capta los cien mil ocres sepultados en el sendero que desciende por un desnivel de quinientos metros, vertical algunos tramos, casi llano en otros. ¡Siihhh! Silencio para no asustar a las ardillas.




Juguetonas y secas las hojas vuelan hasta el río Nela cuya gélida agua rompe el silencio, despierta a las ardillas y calma la sed de los ciervos. Me siento en la orilla, cierro los ojos, escucho el rumor del agua, los pájaros y el murmullo de las gentes.

Lejos (muy lejos) quedan mis tareas cotidianas: el despacho y los clientes, las gestiones, las conferencias, los impuestos, los talleres... El último día en el Palacio de Aiete debatimos qué es un sueño: algo que te eriza, emociona, ilusiona, dijeron los alumnos. Algo intangible que puedes hacer tangible, dijo Luken. Sueño ¿algo inalcanzable? Algo que deseas.  De regreso a casa tras el taller -con extraña nostalgia en el ánimo- me dio por pensar que los humanos ni siquiera somos un medio al servicio de un fin trascendente cuyas coordenadas manejan los dioses paganos... ni siquiera. 

Los humanos solo somos pretextos para que las cosas sean hechas. Pretextos diminutos como un haiku: naturaleza y silencio, la única medicina.
  

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