Los dioses tienen sed, afirma Milan Kundera en el libro Un encuentro en el que aplica su bisturí intelectual a obras de escritores como Céline, Goytisolo y García Márquez, entre otros.
Alterno esa lectura con otras y en el atardecer del domingo -tras haber sorteado a nado una pléyade de medusas en el Cantábrico- profundizo en el pensamiento de Clara Janés (la décima mujer que ocupará uno de los sillones de la Real Academia de la Lengua) quien entiende la poesía como un átomo terrenal-sensorial, científico-racional, místico-pasional. La escritora ama la contemplación del universo como una totalidad pero los hombres... ¡ay los hombres! ya no son capaces de entregarse a la contemplación, afirma el filósofo Boris Groys, formado en la Universidad de Leningrado en Lógica, Filosofía y Matemáticas.
Del pensamiento del filósofo rescato una inquietante afirmación: la mirada contemporánea es más marxista que freudiana porque hay más interés en la economía que en el sexo.
Sobre los escollos de la duda, las dificultades terrenales, la enfermedad y pérdida de seres queridos y golpes de la fortuna, los grandes no cesan en la búsqueda de la verdad y es a partir del puzzle que componen que la civilización avanza. Quiero pensar que avanza.
Observen que ambos pensadores portan pelo cano porque alcanzar la orilla del conocimiento exige la dedicación de la vida entera. Entonces -me pregunto- ¿por qué el común de los mortales busca días de treinta horas y la vacua pretensión de manipular el tiempo -en verdad una utopía-? Si bien la radical utopía no consiste en pretender gestionar el tiempo, sino en el anhelo del éxito inmediato basado en rápidas acciones exentas de reflexión-contemplación que pudiera hacernos más sabios y -seguramente- más felices.
Y en medio de este caos existencial encuentro honrosas excepciones entre los clientes con los que trabajo y otros que descubro en las páginas de economía: Manuel Torres, murciano y fundador del Grupo MTorres, con una plantilla de setecientos trabajadores y presencia en setenta países. Manuel Torres ha dedicado la vida entera a su negocio que hoy es una próspera realidad pero que a mediados de los setenta era el sueño de un loco, un loco que reflexionaba y hacía números sin pretender que los días tuvieran treinta horas ni alcanzar el olimpo en un sputnik. La concreción de los sueños lleva tiempo, aunque no sólo tiempo sino: persistencia (cuarenta años), flexibilidad (del sector del papel al aeronáutico), coraje (de la sede en Pamplona a la expansión a Seattle, Estados Unidos), contratación de talento (el 60% de la plantilla es universitaria y la media es de 40 años), sentido del humor, innovación permanente (en 2015, Premio Nacional por su trayectoria innovadora) y estusiasmo que agradecen los trabajadores de la fábrica de Torres de Elotz (Navarra) que el propietario visita con frecuencia con la humildad que caracteriza a los grandes profesionales.
Los que saben de los negocios familiares son los fundadores quienes en un momento de su propia biología -pegada de una manera casi orgánica a la de la empresa- han de querer y saber pasar el testigo a la segunda generación, transición delicada en la que casi todos sufren: el fundador carcomido por los miedos y los herederos lastrados por el estilo que les precede. Casi nunca hay mala intención, ni consciencia de la primacía del ego, sino puro desconocimiento ¡que se puede solventar!
Con cariño preparo talleres -que impartiré en 2016- centrados en la transición de la primera a la segunda generación de empresas familiares y que he titulado: Las fuerzas del cambio y la permanencia en la empresa familiar + Competencias de liderazgo en la empresa familiar + Los equipos como ventaja competetitiva en la empresa familiar. Me siento ilusionada ante la posibilidad de aportar un grano de arena del Cantábrico a los empresarios de primera generación y a los herederos porque -como ha afirmado esta misma semana en el Palacio Euskalduna de Bilbao Edurne Pasaban-: "... más heroico que subir un ochomil es crear, liderar, hacer rentable y expandir una empresa familiar."
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