Un alto directivo al que entreno lidera un cambio de modelo organizacional en su empresa y en nuestro encuentro de hoy se ha mostrado: ¿apurado? ¿colapsado? ¿sobrecargado? ¿noqueado? Le he pedido que por favor verbalizase y volcara su sentir utilizando una metáfora. Entonces me ha dicho que en los últimos meses siente como si una avalancha de agua viniera hacia él (rió abajo) y no pudiera contenerla. Después ha permanecido un rato en silencio, nos hemos mirado, he sostenido su vulnerabilidad y apoyado su coraje para que siguiéramos juntos construyendo el porvenir de una empresa de la que dependen más de sesenta familias vascas. Ha sido un momento de radical honestidad -tan duro como hermoso- que nos ha permitido tocar una cuerda sensible a partir de la cual los dos hemos resonado mejor.
Nuestro trabajo conjunto ha durado un par de horas en las que hemos transitado del desahogo inicial de la metáfora al diagnóstico racional -basado en hechos, números y evidencias- alcanzando la exploración de opciones y el diseño de un plan de acción. Y ya en la despedida (de noche y agotados) hemos caminado juntos hacia el parking donde nos hemos despedido con cariño y aprecio mutuo. Al abrir la portezuela de su coche -muy cerca del mío- me ha dicho: Azucena ¡gracias por la barrera de sensatez!
Barrera. Sensatez. Sensatez. Barrera. ¿Qué nos está pasando a los humanos? He agradecido el cumplido y llegado a casa sin poder sacar de mi cabeza la expresión: barrera de sensatez.
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