Tiendo a creer en los proyectos que trabajo. Para mi creer es un requisito que precede la puesta en marcha de mi energía, conocimiento y experiencia al servicio de un sistema productivo. Creer para crear nuevas realidades.
Como entrenadora de equipos empresariales, esta premisa inicial desafía el estatus quo de las organizaciones que me contratan. Esa es -precisamente- mi aportación de valor a los sistemas: agitar el árbol para que caigan las ramas secas de la inercia, los ángulos ciegos, las tensiones innecesarias, las preguntas no formuladas, los riesgos que no se quieren ver, las personas tóxicas y exceso de maquillaje.
Es un trabajo muy desafiante ya que en los comités de dirección carezco de rol jerárquico. Digamos que no soy nada, nadie, no puedo despedir, contratar, ni decidir inversiones o ampliación de capital y, sin embargo, cuando hablo se me escucha. Aunque llevo dieciséis años en este oficio, nunca deja de sorprenderme ese silencio receptivo con el que acogen mis palabras. De vez en cuando, sin embargo, la agitación del árbol de las ramas secas se resiente y provoca en mi una zozobra entre aquello en lo que creo -y muestro con vehemencia- y lo que los directivos pueden (o quieren) gestionar en un momento dado. Porque son humanos. Porque hay decisiones que les exceden. Porque a veces no tienen recursos internos para gestionar el pánico. Porque viven su vulnerabilidad como un riesgo mortal. Y... ¿entonces?
Entonces salgo de una empresa con mi zozobra tras haber puesto nombre a lo innombrable, foco en el abismo, preguntado por las vacas sagradas, los reinos de taifas o el peso envenenado de la historia. Siendo el encargo que recibo, me duele el dolor colateral que observo en los directivos que -como yo- son humanos.
Porque la buena intención no basta. Porque el oficio no es suficiente y la lucidez puede ser un doloroso bisturí y porque la complejidad tiende a resbalar por las diez mil caras del poliedro de la verdad, esa belleza monumental que no siempre queremos (o podemos) integrar en nuestro trabajo o nuestra vida.
Es un trabajo muy desafiante ya que en los comités de dirección carezco de rol jerárquico. Digamos que no soy nada, nadie, no puedo despedir, contratar, ni decidir inversiones o ampliación de capital y, sin embargo, cuando hablo se me escucha. Aunque llevo dieciséis años en este oficio, nunca deja de sorprenderme ese silencio receptivo con el que acogen mis palabras. De vez en cuando, sin embargo, la agitación del árbol de las ramas secas se resiente y provoca en mi una zozobra entre aquello en lo que creo -y muestro con vehemencia- y lo que los directivos pueden (o quieren) gestionar en un momento dado. Porque son humanos. Porque hay decisiones que les exceden. Porque a veces no tienen recursos internos para gestionar el pánico. Porque viven su vulnerabilidad como un riesgo mortal. Y... ¿entonces?
Entonces salgo de una empresa con mi zozobra tras haber puesto nombre a lo innombrable, foco en el abismo, preguntado por las vacas sagradas, los reinos de taifas o el peso envenenado de la historia. Siendo el encargo que recibo, me duele el dolor colateral que observo en los directivos que -como yo- son humanos.
Porque la buena intención no basta. Porque el oficio no es suficiente y la lucidez puede ser un doloroso bisturí y porque la complejidad tiende a resbalar por las diez mil caras del poliedro de la verdad, esa belleza monumental que no siempre queremos (o podemos) integrar en nuestro trabajo o nuestra vida.
1 comentario:
SaraStudio
El maquillaje es una pasión que puede convertirse en una carrera profesional. Para desarrollar habilidades y conocimientos, es recomendable hacer un curso especializado. Aprender técnicas, tendencias y productos adecuados te abrirá puertas en el fascinante mundo del maquillaje artístico y profesional.
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